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De bien nacidos...

Conservo en una de las estanterías de mi casa una caja de zapatos donde suelo acumular recuerdos, fotografías, miradas,… huellas al fin y al cabo por donde mi voz en algún momento clavó sus talones y donde algunas lágrimas aún esperan ser enjugadas para que el viento las seque. Es una simple caja de cartón, de esas que el tiempo modela con sus yemas en forma de humedad y a donde me gusta acudir cada vez que miro hacia atrás y la niebla me impide ver cuál es mi destino. Y quizás el destino, ese que a veces maneja sus hilos al antojo de otros, haya tenido la culpa de que hace unas horas haya vuelto a abrirla. Necesitaba aspirar ese olor a rancio, absorber esas arrugas que han hecho de mí el hombre que hoy soy, inhalar ese aire que aún conservan los sueños cuando sus reflejos siguen envueltos entre papeles de celofán y nostalgias, y pasear, vagar, caminar de puntillas por esos trazos perfilados al caer los años y verle la cara a esa vieja aspiración que en su día tuve d...

Ponme dos coloretes

Tengo una vecina en mi barrio que cada vez que los pitos de cañas y las máscaras se apoderan del mes chiquito sentencia –eso sí, cruzándose la bata- que el carnaval es una fiesta conformada por gente chabacana y ordinaria para un pueblo ordinario y chabacano. Creo que una vez tuve la ordinariez de contestarle, y la respuesta que me soltó tras esa atalaya de chabacanería que esconde en esa bata fue tan absurda que en menos de un minuto se retrató ella sola; con marco y todo. Tras vivir aquel “esclarecedor” episodio me hice la promesa de que nunca más alzaría una bandera empolvada de purpurina para defender -desde la distancia y el cariño-, al carnaval y a sus gentes, puesto que el carnaval por sí solo ya tiene defensa suficiente cada vez que alguien entona una copla por lo bajini, bien sea en la ducha, bien en el coche o bien cuando se está compartiendo risas o penas con los amigos. Lo llamativo del asunto es que con los años me ido encontrando por el camino a más perso...

Un poquito de cariño.

Antes de que pliegues este artículo en algún pasillo de tus recuerdos, me gustaría que te asomaras a una ventana, un balcón también nos vale, y que te fijaras, serenamente, sobre el horizonte que nos dibuja estos días el firmamento. Si a la hora de leerlo la lluvia está besando tejados y canaletas, espérate a que escampe, y con sosiego préstale tu atención a ese lienzo que cada tarde se descuelga del marco para descansar y te darás cuenta, sin apenas esforzarte, sin apenas parpadear, de que ya no están entre nosotros las nubes de la hipocresía, esas que se alimentan de los escaparates de diciembre, y que a mediados del mes de enero huyen recelosas ante la idea de jalar de nuestras manos ante cuestas interminables. Por más años que se acumulan en mis huesos, al alejarse estas fiestas me sigue sorprendiendo la actitud que toman algunos humanos que viven al son que marcan las hojas del calendario. El que es bueno por naturaleza, respira bondad a cada paso que da, compar...

Una lección de humanidad.

Dentro de la amalgama de secretos que uno susurra al aire para que éste vaya amasando la verdad de este simple escriba - el mismo que sigue persiguiendo el sueño de que alguien pasee sus labios por entre sus letras-, se encuentra alojado el de la ingenuidad que inunda mis sentidos al asomarse por Oriente la luna del 5 de enero. Es la noche donde el frio apenas tiene cabida; donde los años no nos pesan cuando tenemos que inclinarnos tras un simple caramelo; donde las arrugas se esconden entre bolsillos cargados de envoltorios vacíos y de empujones cuando regresamos a casa, y donde las estrellas, esas que acompañan nuestros desvelos en cada madrugada, se nos antojan lejanas e inalcanzables cuando pretendemos enredarlas entre nuestros dedos con la intención de atarlas al filo de nuestra ventana con un gran lazo rojo. Es a la única noche del año a la que no le atosigo con mil preguntas para que sus respuestas arropen a los silencios de mi almohada, puesto que realmente lo q...

Un paseo para recordar

De los placeres que aún nos quedan por disfrutar sin que por ello el Estado nos cobre una tasa o un impuesto (todo se andará) se halla el de pasear. Es algo que se encuentra al alcance de todos, y todos en algún momento optamos por este sistema para evadirnos de nuestros ahogos o asfixias con la excusa de estirar las piernas. Para pasear simplemente se requiere calzarse de unos zapatos que sean cómodos, buscar una buena compañía para que los silencios entre los futuros diálogos no sean catalogados como incómodos y -quizás lo más importante-, dejarse aconsejar por el viento cuando no sepan a donde dirigir sus pasos; supongo que él, como amante que se cuela por los callejones y sabio seductor de veletas a media tarde sabrá indicarles la ruta a seguir cuando surjan las dudas. Confíen en sus susurros. También pueden hacerlo de manera solitaria, ataviándose de unos simples auriculares para ignorar al ruido externo que constantemente nos envuelve; pueden pasear de la correa y ...

Entre una mula y un buey.

               Desde hace años al ponerse el sol, se detiene un rato ante la ventana de aquel salón donde las huellas de sus días van trazando sus últimos silencios entrecortados. Se atrinchera entre las cortinas y el visillo, y sin apenas hacerse notar, asiste en la lejanía a esa despedida amarga y melancólica que cada tarde termina con la eterna promesa de volver a colorear con tonos rojizos y anaranjados las ropas que aun bailan sobre los cordeles de las azoteas.     Siente que es uno de esos momentos en los que puede aspirar vida, y ha hecho de ese instante rutinario el refugio donde sus manos cansadas reposan, donde sus caricias olvidadas resurgen y donde sus recuerdos,  envenenados de nostalgias, corretean por entre las yemas de sus dedos.  Suele quedarse allí hasta que la luna comienza a perfumar con besos y juramentos los zaguanes de la impaciencia, y le gusta recordarle a esa dama solitaria que tien...

Cartas marcadas

                           La conozco desde hace años y sé, por sus ausencias, que no anda demasiado bien. No me lo quiere confesar por temor a romper sus murallas cimentadas en cristal, pero lleva unas semanas con la angustia y la tristeza envolviendo sus alientos. El último revés que la vida le ha dado ha sido desmedido, siente que le ha pillado ya mayor, casi sin fuerzas, y la esperanza a que esta situación cambie la está consumiendo poco a poco. Apenas come. Apenas habla. Apenas duerme. Se pasa las tardes rumiando sobre una butaca preguntas que atraviesan sus dudas. Deshoja entre sus dedos el anhelo de retorcer el tiempo para que éste empiece a corretear de nuevo. Se castiga con cada sollozo, y de tanto flagelarse se ha llegado a creer que la culpa en esta historia sólo la ha tenido ella. En la distancia que nos une me la imagino arrastrando sus pies al maquillarse la luna, ...