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Dueño de mis silencios.

              Los que creen conocerme apelan a la sensación de que algo me pasa cuando me ven callado y ensimismado en mis cosas. Portadores de su verdad, no se atreven a preguntarme directamente si algo me sucede o me ocurre, haciendo mil conjeturas sobre mi estado de ánimo, sobre mis preocupaciones o sobre mi fe. Los que creen a pies juntillas conocerme enarbolan, a lo lejos, una bandera blanca con tintes a victoria cuyo lema ondea bajo la expresión “ él es así, y hay que dejarlo ”, lo que les permite no tener que franquear las puertas de mi verdad para no toparse con mis palabras. Tanto unos como otros tienen que saber que cuando me vean silente y ausente en mi día a día es porque en esos momentos prefiero guardar silencio para que la sangre que recorre mis venas no haga que mis latidos revienten. Como ya contemplo algunas canas sobre mi pecho, sé que hay mil maneras de encarar los problemas, de hace...

Una rosa entre sus brazos

                       Los nervios de un nuevo encuentro ante Ti me hicieron despertar ayer domingo con una sonrisa distinta en mi cara. Al abrir los ojos abandoné entre mis sábanas al sueño que en esos momentos envolvía mi piel, y junto al frío que se colaba inquieto por la ventana me fui vistiendo para ir a verte. Al llegar a ese jardín en que se convierte cada mañana de septiembre tu plazoleta, todas las flores y palmeras de aquel lugar añejo coloreaban con sus aromas sus nervios e inquietudes, pues este año se habían propuesto robarte la pena que a cada segundo te va martirizando. Llevaban meses con esa idea rondándoles la cabeza. Lo habían hablado con las palomas, con los adoquines y con las sombras; la luna y las estrellas fueron cómplices de aquel secreto, y el mismo aire, ese que juguetea con los caprichos de tus alfileres, desveló el recorrido que ibas a seguir. ...

La sonrisa de la luna.

              Hace un par de días mantuve una íntima conversación con un viejo amigo, alguien que llegó a mi vida cuando ambos teníamos toque de queda para llegar a casa los viernes, y sentí en aquellas palabras un maridaje de nostalgias y tristezas que a día de hoy aun perfuman mis pensamientos al atardecer. Sin guión establecido, recurrimos a rasgar el sobre lacrado de las anécdotas, esas que ambos guardábamos entre hilos de algodón en una esquina de nuestros recuerdos, y juntos recorrimos de puntillas aquellos años donde la inocencia y la pubertad nos iban jalando de los brazos para que alcanzáramos una madurez que tardaba en llegar y que se nos antojaba muy lejana; muchas veces me pregunto si la habré alcanzado ya. Al recordar hoy esa charla cierro los ojos y siento de nuevo entre mis dedos el reflejo de unos años donde fui libre de pensamiento, de palabra, y sobre todo, de acción. Y me doy cuenta de que h...

Una Vieja Amiga.

    Hace un par de días volví a encontrarme con ella. Estaba intentando que mi piel fuera cogiendo su color veraniego de una forma natural, dejando que se tomara su tiempo, que cumpliera con cada una de sus fases de desarrollo sin prisas, y no encontré mejor crema que la de anclar mis pies descalzos bajo la orilla de una playa a media mañana, sentir el vaivén de una olas entre susurros y embestidas del aire, y advertir cómo los tobillos de uno se van solapando a los hilvanes de un mar que a esas horas ya se había pintado la cara con coloretes de inocencia.     Suelo hacerlo a menudo. Tanto en verano como en invierno. Me acerco de manera sigilosa hasta ese borde fronterizo que no deja claro donde acaba lo seco y donde empieza lo húmedo para oír, en parte, a ese mar del que tan preso soy, y para escuchar, por otra parte, lo que soy capaz de contarle entre murmullos de silencios. Sus respuestas, puestas en boca de esa espuma que se esfuma entre ...

El color del llanto.

  A lo largo de mi vida he visto deambular por mis mejillas multitud de lágrimas, señal inequívoca de que mi corazón desata sus costuras de vez en cuando para romper aquellos silencios incómodos e hirientes, para acallar a una rabia que por momentos no le deja articular palabra o para enfrentarse a una tristeza que se viste de miradas y abrazos envenenados. Es una manera simple y personal de vaciarnos por dentro, de zarandear a nuestras heridas, de acunar a nuestras nuevas cicatrices y de tomar aire para enfrentarnos a unos recuerdos que el tiempo irá tejiendo entre pespuntes de nostalgias. Reconozco que me cuesta romper a llorar, que a veces intento hacerme el fuerte ante situaciones que me desbordan, que me agarro con ímpetu a la barandilla de la hombría porque eso es lo que los demás esperan de mí, pero en el fondo soy igual de vulnerable que los demás y, cuando exploto a llorar, lo hago sin miramientos ni remordimientos. Así, y echando la vista hacía atrá...

Regalos sin envolver

                 Suelo enmarcar entre suspiros de asombro la cara que se me queda cada vez que tengo la suerte de recibir un regalo. Introvertido y poco dado a expresar en público lo que siento por miedo a condenarme a mis palabras o a mis gestos, reconozco que lo paso mal cuando en un momento dado soy yo el elegido para vivir una situación de esas, pues son los nervios y la incertidumbre los que toman de la mano las riendas de la alegría, y asisto con sorpresa cómo las tiras de papel se acumulan entre mis manos, oyendo de fondo las sonrisas del tiempo y los aplausos cómplices de los demás presentes. A día de hoy - y con más de treinta primaveras vividas bajo las huellas de mis sueños -, sé que tengo que aprender a enfrentarme a esos momentos con mayor tranquilidad; sé que tengo que vivirlos con mayor naturalidad; sé que debiera de disfrutarlos porque, al fin y al cabo, recibir un presente implic...

El aroma del Puerto.

         Tiene guardado en algún bolsillo de su memoria el lienzo de aquel rincón donde de pequeña correteaba buscando las risas cómplices de otros niños a la sombra de la tarde por la calle Luna. En su piel se confunden las arrugas de los años con las huellas de los granos de arena que embadurnaban su cuerpo antes de bañarse en las calas que ha bocados el mar ha atrapado para sus adentros, perfilando el perfil de aquella tierra sureña entre vientos y rocas. Sobre la ribera del puerto, vivió sus primeros amores. Apoyada sobre aquella baranda soñaba embarcar sus besos a bordo de aquellos barcos que zarpaban al atardecer diciendo adiós entre vaivenes de penas, y por la noche le gustaba regresar a casa despeinada, cogida de la cintura, robando suspiros a los silencios de los zaguanes donde la pasión se desataba a escondidas. Desde hace años no le hace falta mirar ningún calendario para saber que sus pies descalzos pronto vol...