Y un día te miras en el espejo del baño, y lo que ves no te asusta. Te empiezas a mimar. A cuidar. A amar. El reloj de arena de la entrada ya no duele, y tus libros, eso que andaban preocupados por tus huellas, repliegan sus palabras con alivio al verte sonreír de nuevo. Pones un mensaje y ya no tienes que medir tus silencios. Palpas las heridas de tu alma, y sientes cómo se van cicatrizando los quereres del ayer. Vuelves a calzarte con poemas y estribillos, y el sol se despide de ti con un rayo de calor en su mirada. Ahora tienes a la soledad como compañera de viaje, y ella escucha lo que tu sientes cuando juntos paseáis por vuestras playas de invierno. La cama siempre la tienes hecha. Hay una cerveza bien fría en la nevera por si alguien quiere brindar contigo. Y en tu escritorio duerme un folio desnudo cada madrugada para juntar letras e ilusiones. De vez en cuando vuelves la cabeza hacia el camino recorrido, y respiras sabiendo que hiciste lo que hiciste en cada recodo ...