He de confesar que una de mis debilidades en torno al Carnaval gaditano es el Yuyu.
Y con su vuelta a los escenarios, esa debilidad volvió a sacudirme por dentro las sonrisas, con un regreso soñado hasta por el mismo maestro Sabina y con un puñado de lagrimas que bien han merecido la espera.
Lo siento, con el Yuyu no puedo ser objetivo.
Lo siento, con el Yuyu me volví a emocionar.
Le admiro su capacidad mental, su talento para asociar elementos absurdos con la realidad que nos rodea y esa impronta que tiene para hacer reír contándote detalles que sólo un observador nato como él es capaz de tener.
El Yuyu se ha hecho a sí mismo, no le debe nada a nadie y mediante el humor encara la vida como sólo un gaditano sabe hacerlo.
Me gusta de él que siempre es él, que lleva a su familia por bandera, y que cuando templa la voz, te hace partícipe de lo que le duele, le gusta, le hace respirar.
Ha vuelto el Yuyu por febrero, y el desván de los recuerdos se entreabrió de par en par, ofreciéndonos un regalo en forma de chirigota para que los aficionados, sus hijos y su mujer podamos disfrutar de un arte que sólo el Yuyu -y su grupo- poseen.
Estamos de enhorabuena porque ha vuelto a las tablas del Falla uno de esos genios contemporáneos, uno de esos hijos pródigos que nos hacen el devenir de la vida mucho más apacible.
Querido Yuyu, la docencia perdió un maestro escuela, pero Cádiz ganó un chirigotero.
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