Hace tiempo que susurro tu nombre entre brumas de silencio, con miedo de no despertarte de ese sueño calmado en el que vives.
Hace tiempo que nos debemos una charla a oscuras, con las celosías de la vida resonando con fuerza al otro de la calle.
Hace tiempo que no voy a verte. Lo reconozco y conoces mis excusas. Las prisas. El miedo. La vergüenza alojada en mis adentros…
Pero no dudes ni un segundo de que te amo a pesar de la distancia.
A pesar de la ausencia.
A pesar de no desabrocharme ante Ti como siempre hice, como nunca he dejado de hacer.
Porque sigues siendo la reina de mis latidos.
La que envuelve a mis lagrimas ensangrentadas. La que me espera al final del día para perdernos juntos en un zaguán del sueño.
La que se disfraza de aroma para zurcir los reversos ciegos de mis pasos, esos que hace tiempo que te rondan, pero que huyen despavoridos de tu casa, … de nuestra humillada casa.
La que vela que mis vencejos aún estén lejos de mis suspiros. La que enarbola la bandera blanca de los cansancios cuando las fuerzas me hacen hincar la rodilla. La que se vuelve faro, puerto, ancla; alma, vida, calma; espejo, relicario, esperanza…
Sabes de sobra que no quiero molestarte con mis cosas mundanas… pero quiero que sepas que sigo siendo ese mismo niño cantor que, cuando las puertas se cierran, apoya su cabeza en una esquina del anonimato y te ruega que no le sueltes la mano.
Porque sin tu mano, las palabras se vuelven mudas.
Sin tu mano, el corazón es un cadalso condenado a no reflejar sombras.
Sin tu mano, la soledad emborrona la palabra amor de nuestras pupilas.
Y si nos falta el amor, ¿para qué mirarnos a los ojos...?
Ainssssss…
Te debo una visita. Un pañuelo de certezas. Un laberinto de sollozos sin tiempo.
Te debo una mañana donde el segundero fondee en un mar sin fondo.
Te debo un lienzo de miradas dibujadas con el destierro de mis sueños.
Señora del alma mía… que tus siete puñales sigan siendo la mortaja inabarcable de mis rezos.
Artículo publicado en Septiembre de 2020
Foto de artículo: Marcos A. Amat Gil
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