Cuenta una vieja leyenda que para que un ángel del cielo pueda ascender a Arcángel, éste tendría que completar, a lo largo de sus días, tres misiones con las que obtener el vuelo eterno allá en la Gloria.
San Miguel y San Rafael fueron los primeros en conseguir tal distinción, y cada tarde animaban a San Gabriel para que se uniera con ellos… y así descansar los fines de semana a orillas del Edén.
Pero Gabriel -inocente donde los hubiese-, no encontraba nunca el momento de dar el paso al frente para bajar a la tierra,… pues todavía tenía marcado en su cabeza sus dos visitas anteriores.
Desde que respiró el aire que se respira por aquí abajo… sentía un dolor acariciando el destello de los recuerdos.
Y albergaba miedo -mucho miedo-, sobre todo el de no volver a dormir por las noches al oír en su cabeza las voces de cientos de dedos acusándole de traidor e indolente.
La primera vez que alzó sus alas por estos pagos fue en la ciudad de Nazareth, para postrarse ante una doncella desposada de la casa de David… cuyo nombre era María… diciéndole aquello de: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres… naciendo de este encuentro nuestro amado y querido Maestro.
Mientras las Escrituras se cumplían a pies juntillas, él asistía al escarnio y a la pasión del enviado por Dios desde la lejanía, sin poder hacer nada,… pasando miles de noches en vela y deambulando por el tiempo con el alma rota y las alas quebradas.
Hasta que un día -en un ataque de orgullo-, pudo recomponer su vuelo y posó sus pies sobre el azul de nuestro mar en busca de un tal Castillo Lastrucci para que éste tallara una figura de Jesús que durmiera a la muerte sobre tres clavos de dulzura… buscando así, sin corona de espinas ni potencias,… que los rezos se quedaran a descansar sobre una pátina de creencias.
Castillo talló, -en ese trozo de madera-… la mejor despedida del hombre…
Pero San Gabriel sintió la indiferencia de un reino que probablemente no era para Él.
Y sin saber muy cómo… el mismo Lastrucci le dio hospedaje en su pequeño taller, acogiéndole de su destierro y agradeciéndole que le susurrara que la muerte puede ser hasta buena.
De vez en cuando lo notaba pasear por entre los bancos de madera; le veía limpiar los restos de virutas al apagar la luz,… y sabía que aquel rincón terrenal se había convertido en su escondite preferido.
Pero no se atrevía a hablarle… No sabía cómo dirigirse a un enviado del cielo… No se atrevía… siquiera… a confundirse en el mismo aliento.
Hasta que una tarde, la luz comenzó a perderse por las aceras de las sonantas…cinco lágrimas de cristal esperaban su turno para derramar su agonía sobre una mascarilla recién acabada…y el fuego de los quebrantos ardía sobre los perfiles del amanecer esperando calentar la espuma de los temblores.
La última obra parecía estar acabada… pero Lastrucci sabía que a esa dolorosa le faltaba algo,… que las gubias pedían perderse un poco más en esa boca entreabierta y en esa mirada que oteaba el horizonte.
Pero no daba con la dentellada adecuada… y el desespero de artista comenzaba a hacerle mella en el carácter,… hasta que de pronto,… sus manos fueron guiadas por un halo invisible… y comenzó a rayar en el aire 33 latigazos, 33 caricias, 33 abrazos; 33 cadenas, 33 verdades, 33 condenas; 33 esperas, 33 promesas, 33 cegueras;…
Sentía su piel respirar, sentía sus silencios hablar, sentía su dolor de Madre clavarse en el abandono y en el desgarro de ver cómo un hijo pierde la vida entre burlas, envidias, humillaciones,…
Qué duro debió de ser rebuscar en las entrañas del dolor… y regalarnos un corazón a medio latir, un alma a medio escapar, un negro hábito a medio huir.
Donde no llegó su talento… llegó el talento de San Gabriel…
Donde no llegaron sus espantos… llegaron los espantos de San Gabriel…
Donde no llegaron los sinsabores… llegaron los sinsabores de San Gabriel…
Él tuvo la culpa de que un grupo de hermanos fueran a buscarla a un taller sevillano; él tuvo la culpa de ponerla en el camino de los secretos mejor guardados; él tuvo la culpa de que su nombre… en nuestros labios… nunca se mencione en vano.
Amarla,… quererla,… enamorarla…como estoy seguro de que la amó,… la quiso… y se enamoró… el que -quizás por culpa de Lastrucci- pudo alcanzar el grado de Arcángel y pasar los fines de semana muy cerquita del Edén… junto a sus amigos de la infancia, San Miguel y San Rafael.
Y recordad una cosita, de vez en cuando démosle las gracias a aquel que bajó a la tierra para… -con el soplo de sus alas-… llenarnos de Fe, de Gracia y de Esperanza… y regalarnos a la Virgen del Nombre más Dulce.
Extracto de la Invocación al Dulce Nombre
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