Toni Kroos ha decidido colgar las botas y dejar en un rincón del campo a su mejor amigo, ese balón al que ha tratado con mimo en mitad de decenas de batallas campales.
Se va el alemán impasible, el dandy sobre el tapete verde, el jugador que parece que no hacía nada, pero cuya cabeza - y cuyos pies-, lo hacían todo.
Pocas veces he visto jugar a un jugador no sólo con la pelota a ras de césped como él lo ha hecho, sino manejar los tempos como él los ha marcado, decidiendo en pases cortos al hueco para descongestionar o aclarando en pases largos al extremo o al lateral para que el equipo aprovechara los espacios.
Toni se aleja del foco de los estadios, del clamor de los aplausos, del nervio de la competición pero no abandona el futbol del todo, porque el futbol es él en sí mismo.
Le voy a echar de menos.
Kroos ha sido un caballero andante, un fino relojero, un cirujano con nervios de acero, Legolas arqueando su arco sobre la femoral de los rivales sin apenas barro en las medias.
Ha sido un placer verle jugar.
Ha sido un lujo el regalo que el futbol nos ha hecho con un jugador de esta talla.
Ha sido un viaje donde el reloj se detenía cada vez que él miraba la hora y lo devolvía al bolsillo de su chaqué.
Gracias por todo amigo.
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