Triana, ese barrio que se enjuaga el acento en la
orilla donde el sol desnuda a Sevilla, vio pasar a su Virgen de la Esperanza
por los repelucos de sus rezos.
Rezos
silabeados en silencio..
Rezos
cantados entre palmas..
Rezos
susurrados al aire, para que solo Ella los pudiera escuchar..
Y
es que Triana es así para sus cosas, y sus cosas necesitan ser custodiadas por
la mirada de esa Virgen de la Esperanza que el arrabal se hizo a su medida en
el fuego marinero del tiempo.
La
luz la vistió de Reina. El tiempo le coloreó la espera. Los vecinos se
estremecieron al verla por las esquinas por donde su nombre florece cuando la
soga del cuello aprieta, oprime, agobia.
Hasta
el mudo volvió a hablarle..
Hasta
Ella volvió a sonreírle..
La
Esperanza despertó al alba y se fue de puerta en puerta, de zaguán en zaguán,
de altar en altar al son que marcó el minutero de su corazón, ese caramelo
verde y blanco que sabe a vida eterna cuando los trianeros lo deshojan para
seguir respirando.
Y
se fue hasta allí para endulzar las alcobas, para asomarse a los dormitorios,
para calmar a las preocupaciones que se quedan a vivir por la noche en los reflejos
silentes de las azoteas.
Seis
siglos de devoción que se resumieron en una mañana de domingo, bajo un cielo de
guirnaldas y que quedó escrito con tinta indeleble en la memoria de los
quisieron beberse cada instante que Ella provocó.
Los
que fueron en su busca, la encontraron..
Los
que andaban perdidos, en Ella encontraron su ancla..
Los
que cuentan cómo fue aquello, siguen sin encontrar las palabras..
Triana
y su Esperanza. La Esperanza y Triana.
Ese
binomio grabado con la tinta de la perfección, esa ventana que el barrio tiene
en un recoveco de su horizonte, ese segundo de vida por el que el mundo se
tranquiliza cuando alguien pisotea la partitura de la vida.
Gracias
por tanto Triana. Gracias eternas Esperanza.
Al
fin, el sueño de los despiertos tiene un nuevo recuerdo para sonreír de
felicidad.
Fotos: Israel Adorna Cabrera
Emilio Soto
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