De un tiempo a esta parte, me gusta estar en silencio.
De la radio, sólo escucho a De la Morena. De la televisión, sólo me interesa
los partidos del Sevilla.
Desde
bien temprano prefiero rodearme de mis ecos, de mis libros de mis pensamientos…
y de las preocupaciones que trae consigo ser un simple maestro escuela.
Benditas
preocupaciones, por otra parte. Bendito mi trabajo, sin lugar a dudas.
Guardar
silencio es un gesto de madurez, es ondear la bandera blanca cuando uno se da
cuenta de que el egoísmo, la corrupción y la falsedad están incrustados en los
tuétanos de la sociedad y que mis palabras juntadas no van a cambiar nada.
Guardar
silencio es una postura cómoda, placentera, holgada. Es una forma de no meterme
en líos. De dejar las cosas pasar. De enrabietarme sólo con aquellas cosas que
me hieren la piel. De pensar primero en mí, luego en mí, y más tarde, en mí,
Guardar
silencio es la respuesta que les brindo a mis enemigos, esos cobardes que están
pendiente de mí desde que los abandoné en la cuneta de su egocentrismo; esos
que me critican por la espalda y me besan como Judas; esos a los que les jode
que siga caminando sin ellos y se aprovechan de mi trabajo, de mi nombre, de mi
libertad.
Con
el paso de los años he aprendido a buscar horizontes que me llenen de vida,
conversaciones que alimenten mi alma y silencios que no sean incómodos, sino
más bien necesarios, educativos, cómplices.
William
Shakespeare dijo aquello de “es mejor ser rey de tus silencios que
esclavo de tus palabras.”
Y
en ello estoy, construyendo el patio de armas de mi reino, dejando que mi voz
descanse y que mi mirada se rodee y se emocione de gente que de verdad me
quiere.
A
otros, hasta sus silencios los abandonan.
Comentarios
Publicar un comentario