En una hoja de Tu historia, con fecha
de seis de octubre del año dos mil dieciocho, pusiste rumbo a casa después de
unos cuantos años de ausencias alejado de tu Ermita.
Todo
se preparó para que ese día la luz tamizara sonrisas y agradecimientos entre
abrazos y despedidas, y a la Esperanza de San Francisco le brotó -al verte
partir-, una lagrima de pena en su anacarado rostro; solo Ella sabe cuánto te
echara de menos.
Y
yo quise leer esa página de tu historia en primera persona, de ahí que fuera a
buscarte, porque sabes que necesito de Ti.
De
esa mirada que reta al cielo cuando el cielo no es capaz de sostenerte la
mirada.
De
ese instante que desespera al mismo tiempo porque el segundero de su alma aún
sigue de brazos cruzados esperando a que expires, a que mueras, a que des por
finalizado tu reino de carne y hueso.
Fui
a verte porque ambos necesitamos de ese dialogo bañado en silencios que Tu y yo
tenemos cada vez que nos vemos entre la multitud, cada vez nos extrañamos
cuando nos alejamos, cada vez que desempolvo el recuerdo del niño que fui y te
pedía que no me dejaras solo, camino del colegio.
Tu
sabías que no podía faltarte. Yo sabía que me sigues haciendo falta.
Por
eso fui a empaparme de Ti.
A
llenarme de Ti.
A
vaciarme ante Ti sin que nadie se diera cuenta.
Y
fíjate por donde, saldé una vieja cuenta con mi voz y volví a sentirme contador
de cosas, con las miradas solapadas en mis labios y mis miedos entornándose a
tu cintura.
Qué
sabrá nadie de lo que se sufre cuando uno no sabe cómo contar Tu expiración,
cómo narrar tu último suspiro, cómo decirle al mundo que el mismo Mundo está
atravesando en esos momentos los adoquines de la vida.
Pero
yo lo conté.
Lo
verbalicé.
Lo
dejé escrito en un papel de estraza para que la memoria no se apague al
nombrarte.
Y
lo hice por mí.
Pero
también lo hice por Ti.
Para
que supieras que nadie podrá apagar este fuego que siento al verte cuando
dibujas lienzos en la tarde, cuando te plantas en los medios de las entrañas de
la ciudad, cuando hasta el mismo aire se pone nervioso al tallar tu melena de
arabescos y promesas.
Tu
grandeza reside en la sencillez de tu piel.
Tu
piel es sencilla y grande porque pertenece a un Hijo de Dios que se mueve entre
dos aguas, entre dos puertas, entre el umbral de la Vida y la Muerte…
Mil
gracias por dejarme sin aliento al verte.
Vídeo de la Salida del Santísimo Cristo de la Expiración
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