Se abre el telón del Gran Teatro Falla y aparece una ciudad envuelta en compases de
carnaval y dispuesta a desafiar al mundo -un febrero más-, con la purpurina de dos
simples coloretes en la cara.
Se
trata de Cádiz, esa ciudad que nació del mar, que vive hechizada por el mar, y
que seguirá eternamente anclada al mar.
Un
mar al que van a morir muchos de los problemas de los gaditanos cuando la soga del
día a día jala con fuerza de las impotencias,.. un mar que a veces es la fuente
de inspiración para que sus autores de carnaval dejen escrito sobre el
pentagrama de las olas el latido de sus almas que más tarde, al ponerle voz y
aplauso, se convertirá en inmortal por la gracia del tiempo.
Reconozco
que soy un amante del carnaval, al igual que lo soy de Cádiz.
Y
muchísima culpa de este romance en la lejanía la tiene este veneno que destila
desde hace años por mis venas y que me hace entonar alguna que otra
presentación de comparsa como si yo
fuese un octavillita, canturrear algún estribillo de chirigota, embobarme con la puesta en escena de los coros, dejar que la risa se escape con
los golpes de ingenio de los cuarteteros
y disfrutar -aprender y disfrutar-, de la rima cercana que uno encuentra al
escuchar un buen romancero.
Es
tanto lo que esa fiesta nacida del pueblo y para el pueblo me aporta que sin
ella probablemente a mi vida le faltaría algo; sobre todo el ser la válvula de
escape para mis agobios.
Por
eso la defenderé ante tantos pamplinas que miran a la tacita de plata bajo
pupilas ensangrentadas en envidias. ¿Qué sabrán ellos de amar y querer a una
ciudad como lo hacen los gaditanos?
En
la ciudad de Cádiz un nuevo Carnaval ha dado comienzo… disfrutémoslo.
Comentarios
Publicar un comentario