Dejando a un lado mi apatía generalizada con todo
aquello que tenga que ver con la Navidad -exceptuando algunas zambombas y los
roscos de mi madre-, el anuncio de este año de la lotería es cojonudo.
Es
absurdo en sus formas, pero es cojonudo en su contenido.
Cuanto
más lo veo menos me gusta. No me creo la escena. No me trasmiten los actores. Y
la historia en sí no hay por donde cogerla.
Pero
si te pones a pensar con calma en el mensaje que nos quieren trasmitir los
publicistas este año, el mensaje en sí es una guantada sin manos, pues nos
están dejando muy a las claras que todos somos unos materialistas.
Y
nos lo dicen de una manera sutil, a plena luz del día y en estas fechas tan
señaladas para las carteras y para la hipocresía.
Todos
somos como ese hombre que pasa de la desolación a la felicidad absoluta al
saber que su cartera va a rebosarse de dinero.
Todos
basamos nuestra ilusión en estos días en una quiniela, en un cupón, en una
participación de lotería,… en la idea mundana de conseguir dinero rezándole a
la suerte para seguir tirando pa´lante.
Todos
somos materialistas por naturaleza, porque la naturaleza de estos días nos hace
pensar, sentir, vivir así.
Llevamos
esta forma de actuar en la masa de la sangre; al igual que a renglón seguido,
cuando vemos que la suerte una vez más es esquiva con nuestros deseos florece
en nosotros mismos –y en los demás- el consuelo de tener salud.
Ya
saben, mal de muchos…
Lo
de compartir con el prójimo, el vecino, el compañero de acera… ya es harina de
otro costal porque el egoísmo y la educación que cada uno recibe influye a la hora de tomar
ciertas decisiones.
Quizás
este año tenga suerte y os cuente si la comparto, o no.
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