En un par de horas comenzaremos a tachar los días
que conforman el último mes del año, y podremos mandar al olvido este mes de
Diciembre que comienza a rodar entre zambombas y villancicos.
Diciembre
encierra en sí mismo caminos que cada año vuelven a hacerse con agua, viento y
frio -como los de estos días vamos-; es el mes que Jesús decidió para venir a
salvarnos y es el mes donde la ilusión se arremolina en torno a niños… y no tan
niños.
Es
el mes de las manos en los bolsillos, de los chaquetones gordos, de los
paraguas y las bufandas; de los guantes de lana, de las botas altas, de los
calcetines envolviendo la parte de abajo de los pijamas para dormir y coger
pronto el calor de las sábanas.
Es
el mes del consumismo -esa misteriosa mano que se apodera de nuestras carteras-,
del bullicio en las grandes superficies y del ruido estridente en el centro, de la nostalgia en forma de ausencia; es
el mes de pensar y repensar los gustos de los que tenemos a nuestro alrededor y
es el mes de acertar -o adivinar- las tallas de camisas, pantalones,…
Es
el mes donde brindamos para alcanzar nuestros propósitos, donde nos abrazamos con una copita de Jerez en la mano y
donde abrimos el corazón para que éste se airee de envidias y rencores.
Es
el mes donde unos ansían regresar a casa, donde otros se emocionan al recordar tiempos
vividos, donde todos sentimos un poquito de humanidad cabalgar por nuestras
venas.
Diciembre
encierra entre sus repelucos la bondad que aún le queda al ser humano, aunque
sea mal disimulada y mostrada a cuentagotas.
Y
diciembre encierra entre sus costuras esa pincelada que Dios puso en la tierra…ese
pañuelo de verde Esperanza… ese bálsamo con el que muchos aliviamos nuestras penas…
Bendito
diciembre… no te me hagas eterno…
Comentarios
Publicar un comentario