Desde hace un
par de semanas, la búsqueda del voto por parte de los grandes líderes políticos
de este país ha dado comienzo, abriéndose de esta manera una carrera de fondo
donde los veremos reír, confundirse con el pueblo llano y hasta llorar si la
ruta a seguir así lo establece.
La campaña
electoral ha comenzado, y está en juego no sólo el presente de este país, sino
las llaves del adosado de Moncloa.
Así, el presidente
de este país ha comentado un partido de fútbol en la radio -amén de darle una
colleja a su hijo-; el líder de la oposición se ha sentado en el diván de Bertín
Osborne para desgranar lo dura que ha sido su vida;… y los nuevos aspirantes andan
babeando por todas las cadenas en busca del indeciso perdido.
Pretenden “acercarse al público y humanizarse”, pero he
dejado de creer en ellos, en sus palabras, en sus promesas, inclusive en las
mentiras que disfrazan entre maléficas sonrisas.
Porque cuando
ganan elecciones, se olvidan de aquella vecina a la que le prometieron
arreglarle el techo apuntalado de su cocina.
Porque cuando
llegan al poder, ignoran a aquellos padres de familia a los que le prometieron
una ayuda, un trabajo, un motivo para seguir luchando.
Abran bien los
ojos y no se dejen engañar por estos charlatanes de feria que -por un voto-,
son capaces de envenenar a su propia sangre.
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