Siempre
que llega el último día del año busco un hueco al caer la tarde para hacer un
traspaso de agenda.
Es
un ritual sencillo donde hojeo con calma todo lo que han sido mis días, mis
proyectos, mis fracasos; es una bonita forma de hacer balance.
En
la agenda que ya camina entre nostalgias hay de todo.
Días
finiquitados con una enorme sonrisa… y sonrisas que jamás aparecieron al
finiquitar algunos días.
Entre
otras cosas, hice realidad el viejo sueño de ver a la Macarena bajo palio, celebré
como un condenado el último título conseguido por el Sevilla F.C., y volví a
aprobar un examen de Inglés.
Tras
catorce años regresé a sentirme libre montando sobre una bicicleta; bajé a los
abismos de la soledad y de los silencios; y navegué sobre las orillas del aire
para retener a esa mirada que hace que mis latidos tengan sentido al mirarnos
la luna.
A
mis enemigos le he dado motivos más que suficientes para que me sigan odiando; y
he sido hasta generoso con ellos, pues he añadido a esa maldita lista un par de
nombres vestidos con el traje del orgullo y la soberbia.
Encontré
el pulso necesario para desangrarme en un nuevo pregón. Viví una Semana Santa
de ensueño en torno a un micrófono y a un cansancio que bien mereció la pena,…
y me demostré que los sueños se alcanzan si se persiguen con constancia, fe y
confianza.
Cada
semana he ido escribiendo lo que me ha salido del alma… y he encontrado entre
los espacios de mis pensamientos el suspiro de decenas de personas que me han
hecho un hueco -en sus tiempos- para leerme.
Pero
también he llorado. De manera callada, desgarrada y herida; aún guardo el aroma
de algunas lágrimas que saben a ausencias y recuerdos.
2014…
Gracias por todo lo vivido, y hasta siempre.
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