El
salón de mi casa se ha quedado de nuevo mudo.
Siente sobre su
piel la ausencia de lo vivido, lo efímero de lo soñado, lo escrito por lo contado
y lo relatado por lo sufrido.
Escucha a las
gotas de la lluvia pellizcar los cristales, y quisiera liberarse de sus
ataduras para saltar sobre sus charcos y salpicarle la cara a esas nubes
traidoras, con sus recuerdos, sus emociones, su pasión y con su fe, esa que a
veces se tambalea cuando no siente a Dios transitar por las calles por culpa de
los caprichos del aire, o por las decisiones de algunos hombres malheridos.
Pero es normal
verlo así. Ha visto como mi madre ha ido devolviendo las túnicas a sus maletas,
ha escuchado el golpeo de las medallas sobre los cabeceros, ha sentido los dobleces
de las papeletas de sitio en su cajón y las pocas estampitas que nos han ido
regalando este año se confunden con las que se quedaron sin repartir, entre
lágrimas e impotencias, aquel Martes de estrenos bordados.
Sabiendo como es
él, se llevará varias semanas con el carácter cambiado y nos hará sentir cómo
el frío corretea por sus paredes, hasta que de nuevo volvamos a caminar juntos
por los senderos de la memoria, cogiditos de la mano, cuando mi amigo Caña
venga a casa a hablar de cofradías.
Y será entonces cuando
le cuente que salí a la calle anudándome al cuello mis mejores galas, pero con
el alma despojada de hábitos para sentirte cerca de mí.
Que correteé por
encima de las agujas del tiempo para que los años y el cansancio se perdieran
entre segundos muertos, pero mis huellas empiezan a hundirse cada vez con más
facilidad cuando tengo que esperarte por San Marcos.
Que me puse
nervioso cuando me enteré aquella tarde que saldrías a la calle, a pesar del
agua, en contra del viento y aliándote con el frío, demostrando que los partes
de la ilusión solo los manejas Tú al antojo de tu vela, ese resquicio de barcos
que ya no navegan.
Pero también le
contaré que me ha faltado regresar a casa oliendo a incienso; que no me duelen
los zapatos de andar para atrás ni el cuello de buscar tus clavos; que no tengo
olores correteando por mis palabras, que tengo que pedir cita de nuevo para
escuchar tu amargura ante mi delirio apuñalado, y que el único lugar del mundo donde
se produce el milagro del silencio susurrado me lo han robado este año cuando
no quisiste morir por calle Gaitán.
Y me ha faltado
paciencia, serenidad, tranquilidad, tiempo para ir a rezarte tras unos varales,
momentos para que me descuadres el alma tras un izquierdo, instantes que sólo
Tú eres capaz de regalarme cuando esquivamos nuestras culpas.
Y sobre todo, le
contaré a mi salón – y a quien quiera escucharme-, que me ha faltado ir a
buscarte, caído de San Lucas, reguero de promesas y amistades quebradas, pero tú
sabes mejor que nadie que guardar silencio es la opción más libre de gritar lo
que uno siente; te tuve demasiado cerca para que fuera real, te disfruté de
manera tan real que tuve la sensación de que todo, absolutamente todo, fue un
sueño.
Sencillamente sublime. Me encanta tu forma de narrar, todos esos detalles que van contando y analizando con expresiones que le dan una tremenda fuerza a cada uno de tus relatos. A pesar de perder con toda seguridad muchos detalles por no vivir como vosotros ese ambiente, me ha llenado, me ha parecido espectacular. ¡Felicidades!
ResponderEliminarCuanto sentimiento encierras en este articulo, como te comprendo yo sentí ese vació y aun me sigue doliendo su ausencia, su sonido, su olor, esa gente que veo de año en año, son tantas cosas, Dios que pase pronto este año..saludos..
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