Te evoco, surgiendo tu nombre de la nada, y lo llenas todo. Lo iluminas todo. Lo acaparas todo.
Como un faro encendido en mitad de una tempestad.
Como un sorbo de agua calmando la sed.
Como un estribillo de paz cuando febrero se desquita sus penas con coloretes.
Hablar de ti, Esperanza, es rebuscar en el pasadizo más siniestro de mi corazón para que con la antorcha de tus ojos, ilumines cada centímetro de mí.
Hablar de ti, Esperanza, es sentarse a ver las orillas del mar de tus tiempos, esos que son perfectos, pues en ellos residen Dios y su grandeza.
Hablar de ti, Esperanza, es detener los latidos, apurar lo sueños, atravesar la línea enemiga del desasosiego y respirar… sólo respirar.
Porque tu nombre sabe a infancia correteada por mi barrio, a amor a primera vista, a luna encendida entre estrellas de escarcha.
Porque tu nombre acaricia la piel como un abrazo de madre, como un beso en la frente de padre, como esa mirada amiga que no suelta tus desastres a pesar de tus infiernos.
Porque tu nombre está tallado con el grafito más sencillo, con la tiza más blanca, con la esmeralda más nerviosa del universo.
Hablar de ti, Esperanza, es condensar en un suspiro todos los alientos de mis años.
Hablar de ti, Esperanza, es buscarte entre parras y yedras como el tesoro más puro que el creador de este mundo hiciera con el barro de su paraíso.
Hablar de ti, Esperanza, es rogarte a escondidas que no me olvides, que de vez en cuando me extrañes, que me mires entre la lejanía y el descuido y me tengas presente en tus oraciones de madrugada.
Esperanza, bendita sea tu pureza
Esperanza, bendita sea tu grandeza
Esperanza, bendita sea tu belleza
Esperanza, bendita sea tu nobleza
Esperanza, si algún día yo de ti me olvidara
que indaguen entre los despojos de mi vida
que rastreen entre mis recuerdos
que pregunten a mis enemigos
que conversen con mi pasado
y todo te dirá, y todos te dirán
que hablé de ti hasta que tu quisiste que hablásemos frente a frente
Esperanza, muchas felicidades.
Te quiero.
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