Por si no lo sabías, Dios no ha dejado nada al azar en este valle de lágrimas…
Nos dio la luz…
El aire…
La noche…
Nos premió con el amor…
Nos hace humanos en la derrota…
Cose cicatrices en las despedidas…
Y como me recuerda una vieja amiga, cada día nos regala un cheque de 24 horas para que, simplemente, vivamos…
O riamos… lloremos… pensemos…
O escuchemos… nos ilusionemos… O volvamos a intentarlo…
Pero, sobre todo, nos ofrece la posibilidad de hablarle… de hablarnos…
De una forma sencilla… humilde… sincera…
Sin alaracas… ni aspavientos… sin rencores…
Dejando que el corazón se desangre…
Dejando que el alma se embarque en lágrimas de impotencia...
Dejando que, a solas, o entre la multitud, uno pueda sentirse acompañado…
En un rezo se conjuga todo lo que somos, lo que deseamos, lo que fuimos…
Cuando rezamos, ondeamos la esperanza de que todo pase, de que todo vuelva a su ser, de que todo quede en un olvido…
Al rezar, simplemente pides, ruegas, agradeces…
Cuando alguien reza, entreabre el Santa Sanctórum de sus vísceras, y en un silabeo sin rima, las acuna para que el del Sagrario las escuche, para que la Imagen que navega en su interior las atienda, para que el Cielo no las pase por alto…
Nadie sabe lo que se cuece en los fogones del que reza…
Del que de rodillas implora…
Del que al pasar por un azulejo se santigua…
Pero es una suerte que tenemos ahí, a la vuelta de la esquina, junto a la mesita de noche, bajo un antifaz de silencios…
Rezar es lo que nos diferencia de los animales, de los atardeceres, de los que tienen atravesados a Dios en su mirada.
Rezar es lo que nos hace sostener una vela encendida sin que ningún aguacero la pueda apagar.
Rezar es lo que nos hace humanos a los humanos…
Así que aprovéchate de ello, que Él, Ella, o ambos te están esperando para escucharte…
Comentarios
Publicar un comentario