Todo cofrade guarda en la marmita de sus por qué un rincón especial para ver besamanos, unas pizcas de azahar cogidas al vuelo, un puñado de nervios antes de colocarse el antifaz.
Guarda aquella marcha con la que se enamoró, aquella mirada con el deseo adolescente en mitad de la calle Cruces, aquella primera vez en la que perdió algo más que la inocencia.
Y guarda esa estampa del ayer, ese verso roto sobre la piel un domingo de pregón, esa revirá que, sin esperarlo, lo dejó hecho un guiñapo, recubierto de lágrimas y hipios de inciensos.
Pero si a esa marmita no se le vierte una cuarto de ilusión, ese puchero probablemente tenga un sabor agrio cuando la cuaresma nos pide la venia.
Porque sin ilusión, la vida sería un cuadro descolocado, tiznado con barnices oscuros y ausente de brillo por los bordes.
Sin ilusión, el encuentro con el Dios de las maderas estaría vacío y sería un eco de campanas sin badajo.
Sin ilusión, la fe se apagaría a plena luz del día y no daría lumbre a los rezos de media tarde.
Con los años, al cofrade le duelen los riñones, las guantás sin mano y las bullas.
Con los años, nos queda ver procesiones desde la mirada inquieta de los niños, donde la ilusión se columpia en la niña de sus ojos y les hace beberse los sueños a borbotones.
Con los años, las arrugas son mas bellas. Los nervios más calmados. Y las promesas tardan menos en cumplirse.
Y todo esto se compensa cuando vemos a la ilusión florecer por nuestros calendarios…
La ilusión es ese pequeño pellizco que uno siente palpitar por sí sólo sobre algún escondite de nuestro cuerpo.
La ilusión es la que hace que te vistas de nazareno, desempolves tu vieja molía y tararees marchas cuando vas en el coche trabajando o llegas tarde a recoger a tu hijo al colegio.
La ilusión nos permite contar lo que vamos a vivir con los labios llenos de emoción, y contar lo que hemos vivido con las manos llenas de recuerdos.
La ilusión nos mantiene vivos. Alerta. Expectantes.
La ilusión da razones a las sinrazones de la vida.
La ilusión escribe sin palabras lo que tus latidos sienten al apalancarse la cuaresma.
La ilusión es ese repeluco que no te deja dormir a horas de salir a la calle y decirle a Dios que lo amas por encima de todas las cosas.
Ilusión… qué bonito nombre tienes…
FOTOGRAFÍA: Javier Romero Díaz
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