Una vez le leí a Mafalda que, “Educar es más difícil que enseñar, porque para enseñar, usted precisa
saber; pero para educar se precisa ser”.
Y
por suerte para mí, he conocido a una maestra de escuela que durante todos sus
años de profesión ha conjugado el verbo educar de manera excepcional.
Y
lo ha llevado a cabo de manera sencilla, humilde, sincera. Se ha dejado el alma
por compartir y por compartirse. Ha sido, y será eternamente, una Maestra, con Mayúsculas.
Maestra
por su forma de contagiar la alegría en la mirada inocente de una clase de
niños que la sentían como su refugio en los primeros días de colegio.
Maestra
por sus hechuras de buena gente, raíz fundamental para que todas las
enseñanzas de los libros sean asimiladas en los colegios.
Maestra
porque nació para ello. Porque lo lleva en la sangre. Porque al igual que le
sucede al glamour, la maestría o se tiene o se carece de ella.
Y
tú, querida María José Bilbao,
viniste a este mundo con la grandeza, la nobleza y la generosidad debajito del
brazo.
He
aprendido de ti cada día. Echarte de menos se me va a quedar corto cuando te
busque y no te encuentre. Sabes que te quiero con el pecho henchido y al
descubierto, como sólo los hijos de Dios sabemos querernos.
Disfruta
de esta nueva vida en la que el calendario y el tiempo ya no tendrán billete de
vuelta. Saborea cada instante cerquita de esos dos luceros que tu vientre
cobijaron. Ama y vive cada amanecer junto al hombre que te vive y que te ama.
Y
déjame darte las gracias por haber sido mi Amiga,
con Mayúsculas.
Querida Pepa, que las manos amarraitas del Señor del
Prendimiento sean por siempre el sendero de tus huellas, y la razón donde tus
desvelos pierdan el sentío.
Un
beso enorme.
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