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De blanco...


De blanco. La Esperanza Macarena viste su pureza en estos días de blanco, y consigue una vez más acallar los silencios cuando las retinas se clavan en Ella.

Quizás sea cierto lo que cuentan el charco de lágrimas que siempre se forma a escasos metros de su presencia, y el que va a rezarle con los nudillos desgastados lo que menos se fija es en el color del manto o el de la saya. 

Pero estos días la han vestido de blanco. Y nada en Ella está descrito al azar.

Porque blanco son los folios sobre los que las palabras tiemblan al conjugar su nombre y blancos son los lienzos donde los colores intentan a duras penas dar forma a su belleza.

Blancas son las plumas de esos armaos que desarman con plumas blancas los latidos de La Madrugá,  y blanco es el horizonte que su palio sombrea sobre las amarguras de esta tierra cuando Ella arria su paso de esperanzas.

Blanca es la luz que cada mañana inunda de vida las alcobas. Blanco es el fondo de los ojos donde Ella se refleja cuando más oscuros son nuestros pensamientos y blancos son los goterones de cera que delimitan el camino de las baldosas de nuestra fe; del color verde de los adoquines les hablaré otro día.

El primer alimento que recibe el ser humano después de nacer, es de color blanco; la Sagrada Hostia, que representa el cuerpo de Cristo, es blanca; la misma muerte viste de blanco cuando la envía Dios y de negro cuando la envía el Diablo.

El blanco es el color absoluto. Cuanto más puro, más perfecto, como Ella, perfecta en sus formas, perfecta en sus perfiles, perfecta dentro de este mundo imperfecto.

El blanco es el color de la paz y la señal de la rendición. Es el color de la realeza y el adjetivo que le añadimos a la noche cuando no somos capaces de conciliar el sueño.

El color blanco es limpio, puro, inocente…

Como lo son sus hechuras, ese oasis que aparece en este desierto mundano cuando todo está perdido, acabado, a punto de despeñarse y resquebrajarnos la piel, la voz, el alma.

Las piezas blancas de este tablero de ajedrez que es vivir en torno a Ella las mueve Ella a su antojo..

La cal con la que nuestros temores de ceniza cobija nuestros instantes de sobresaltos, la fabrica Ella con el fuego lento de sus encuentros.

En el color blanco se reflejan todos los colores a la vez, como en sus pupilas, donde se reflejan todos nuestros límites, todos nuestros espejos rotos, todos nuestros relojes de arena de esta bulla a la que llamamos vida, y Ella se convierte una vez más en ese faro que jala de nosotros cuando nuestros alientos naufragan sin rumbo cierto.
 

La Esperanza Macarena viste en estos días de blanco… y en blanco me quedo yo cuando pierdo mi mirada sobre Ella.


Fotos: Francisco Javier Montiel



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