A
lo largo de la vida, uno va buscando referentes donde dejar que el corazón se sosiegue
y se olvide por unos instantes que el mundo que nos ha tocado vivir no tiene piedad.
Y
como muchos de ustedes saben, el Carnaval
de Cádiz es una puesta de sol que acompasa mis latidos desde antes de
perder los dientes de leche.
Pero
a mi Carnaval le han arrancado la
sonrisa de cuajo desde que Juan
Carlos partió al paraíso de los poetas, ese lugar escondido en el cielo
cuyas nubes están tiznadas de sonetos y versos inacabados.
Hubiese
dado lo que no tengo por ver su llegada, guitarra al hombro y mirada gaditana
descalzada, y diciéndole al de la puerta…soy Juan Carlos, ¿qué pasa?...
Aún
no somos conscientes de lo que supone su perdida; y no hablo para el Carnaval y
sus venideros concursos, hablo para cada uno de sus seguidores, esa Chusma a la que él nos hizo Selecta.
Aún
no estamos preparados para saber que ya no habrá más pasodobles de esos que
paralizaban la sangre, helaban los labios y hacían sangrar las palmas de las
manos, bien de envidia o bien de admiración.
Aún
no nos hemos despertado de esta pesadilla que ha supuesto decirle adiós al que
tanto nos dio, al que tanto nos enseñó y al que tanto y tanto nos regaló.
En
mi caso, se va la banda sonora que suena en mi coche, el canturreo que me
acompaña al bajar la escalera, el cicerone que me llevó de la mano a descubrir
las huellas invisibles de ese Cádiz ruinoso y millonario.
Al
menos, nos queda su legado..
Nos
consolaremos con su magisterio y sus artículos desmarcados..
Y
nos reiremos cuando nos demos cuenta de que el genio jamás se ha ido..
Juan Carlos, gracias por pintar tu nombre en las paredes de mi
alma.
Comentarios
Publicar un comentario