Querido
micrófono:
Hace una semana te susurré al oído mi despedida, y
viendo que no me has respondido en estos días, déjame escribirte esta última carta
con la tinta de mis silencios.
A
tu lado he pasado cuatro años en los que he vivido en primera persona aquello
que una vez soñé de pequeño: contar historias.
Me
diste la oportunidad de creerme un narrador de latidos nacidos bajo el cobijo
de los pulsos del corazón, en ese hueco donde el alma respira y la piel coge aire…
y te puedo confesar que gracias a ti he sido el escribano más feliz de mi
barrio.
En
un bolsillo de mi mirada dejaré alojado los malos momentos - que también
los hubo-, y recorreré entre sonrisas
todo lo bueno que fue estar a tu lado desde la primera vez que me pediste que
te tomara de la cintura, una tarde de marzo, donde los dos bailamos un vals a fuego lento -con los nervios
cabalgando por mis labios-, en el patio de mi casa de Cristina.
Gracias
a ti, he conocido el pañuelo con el que el mundo se limpia las heridas, se deja
atrapar por los pellizcos, se pierde para buscarse a sí mismo.
Gracias
a ti, he visto el lagrimal de la Madre de Dios secarse entre inciensos, he
asistido al espasmo de los moratones del Cristo del cabecero de mi cama y le he
contado al mundo lo que sentía cuando mis pies se detenían en la orilla de los
rezos.
Gracias
a ti, he crecido en torno a cables y prisas,… y la gente sabe de mí más de lo
que yo sé de ellas.
Déjame
que te pida perdón por si alguna vez no estuve a la altura de lo que tú te
merecías; era, soy y seré un simple juntaletras que en cada aventura que emprende se deja las
costuras de la piel, y no ha habido aventura más bonita que verte zarandear mi
piel cuando el sol echaba el cierre a las costuras del día.
Llevo
una semana sin ti, y créeme que no es fácil vivir sin tenerte cerca, pero siempre
te confesé que el día que mis palabras cayesen en saco roto, o mis actos o mis actitudes
no fueran los adecuados,… cogería mi hatillo y me marcharía sin hacer ruido,
por la gatera de las editoriales.
Siempre
pensé que escribir este punto y aparte me dejaría un mejor sabor de boca del
que me ha dejado esta semana, me aterra pensar que por tomar esta decisión te he
perdido para siempre y me entristece que silencies mi nombre, pero tengo que
seguir persiguiendo mis sueños.
Ojalá
algún día pueda decirle al mundo -mirándote a los ojos-, que los he alcanzado.
Querido
micrófono, cuídate, sigue encendiendo esa cera de la fe que se aloja en cuartos
de esperanzas y no pierdas la esencia de lo que eres; no dudes de que estaré al
otro lado del dial.
Sin
más, un fuerte abrazo.
Foto: Alberto Delgado.
Foto: Alberto Delgado.
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