Lleva varias semanas sin poder conciliar el sueño; se
pasa las noches deshojando miradas a la luna tras el visillo de su dormitorio y
siente una punzada a la altura del pecho cada vez que entra en la cocina y se
calienta un vaso de leche.
Noviembre se
asoma por la rendija de sus nostalgias y la pone enferma el recuerdo que
provoca en sus bolsillos.
Y es que sus
bolsillos están tiznados de lutos desde que la vida le obligó a despedirse del
amor de su vida; y el hilo de esa costura está hilvanado con el aroma del mes
de los difuntos.
Por eso ella
no entiende que sólo nos acordemos de las ausencias una vez al año y que la
mayoría de los cristianos pongan el grito en el firmamento de sus creencias
ante calabazas y modernidades extranjeras.
Ella sabe
valorar otras cosas.
Por eso se
conforma con saber que detrás de las nubes existe una voz que aún le susurra
que la quiere; que existe una caricia que por las noches dibuja sobre su piel
la palabra felicidad; que existe un guiño que a pesar de no tenerlo cerca, le sigue
haciendo feliz.
Como a
tantos, se le hace duro el día a día, a pesar de sentirse acompañada por sus
hijos y por sus vecinas, que desde el primer momento no la dejaron sola por
miedo a que se perdiera en los brazos de la soledad.
Pero su
soledad es otra.
Su
soledad se dibuja cuando las puertas de los pasillos se vuelven oscuras..
Se
siente cuando el grifo de la ducha se cierra y la toalla está húmeda..
Se
respira delante del cajón de los calcetines y estos le devuelven olor a
recuerdos..
Recuerdos
que se amontonan entre lágrimas, fotografías enmarcadas, preguntas sin
respuestas…
Menos
mal que aún le queda el cielo para encontrarlo.
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