El
bueno de Rafael Alberti se llevó media vida dudando si a la palabra mar le añadía el artículo “el” o le encorsetaba el artículo “la”.
Como amante confeso del
poeta del Puerto, me moriré sin saber cuál de los dos artículos saciaba más su
nostalgia.
Pero si de algo estoy
seguro es que si este poeta del sur hubiera conocido a mi amiga Mar, la duda lo hubiera atormentado aún
más si cabe al caminar por las calles del olvido.
Y es que mi amiga Mar está por encima de ese mar que cada
tarde se retira a descansar buscando la eternidad de la orilla de la playa de su
pueblo sanluqueño que la tiene atada de pies y manos, pero que no es capaz de
apresar el talento que sus pinceles encierran.
Maestra y pintora con
letras mayúsculas, cuando Mar pinta,
escribe o esculpe, libera su mirada para que los demás caminemos descalzos por
sus suspiros, sintiendo la fuerza de un corazón indómito que late al compás de
sus sueños, sus cicatrices y sus ilusiones.
Nadie le ha regalado
nada, y prueba de ello ha sido su primera exposición que ha desarrollado en el Hotel Guadalquivir y que le ha servido
para darse cuenta de que su hobbie y
su liberación nos hacen mucho bien a los que la tenemos cerca.
Dulce, sincera y
sensual, me gusta cómo su obra envuelve los ojos al espectador y cómo zarandea de
un plumazo todo el desorden que uno puede encontrar en un simple susurro.
Admiro su talento y admiro
su persona; y me alegro de todo lo bueno que el destino le tiene reservado a
sus bailarinas, a sus trípticos, a sus atardeceres africanos,…
Pero solo hazme un
favor: sigue creando, sigue siendo libre, sigue emborronando tu vida ante el abismo
de un lienzo en blanco… porque ese espejo será tu mayor caos.
Felicidades pintora.
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