Cada tarde buscaban un hueco para ir a remendar
silencios por aquel entrañable sendero por donde se dijeron tantas cosas la
primera vez que el amanecer les susurró aquello de buenos días.
Eran
uno chiquillos por aquel entonces, y al traje de la adolescencia le quedaban
aun algunas primaveras para abandonar el viejo armario de madera.
En
sus sueños de juventud, pintaron estrellas con olor a camisa recién planchada, se
robaron besos que se quedaron a dormir sobre el borde de la almohada, y
trazaron -una y otra vez-, el perfume de sus miradas para que la pasión no se
derramara.
Con
las primeras canas se dieron cuenta de que ese amor no tendría fecha de
caducidad,… y una tarde llegaron corriendo a casa para quitarle a los lápices
la goma de borrar; los dos se pusieron de acuerdo en tachar los fallos y
aprender de ellos antes de pasar página.
No
había secreto alguno en esta historia que os cuento.
Confiaron
el uno en el otro… y con la eternidad como testigo anillaron sus nombres a una
alianza de complicidades.
A
veces el destino tiene estas cosas…
Y
cuando esto sucede,… las primaveras se cuelan por las ventanas sin previo
aviso, las cicatrices supuran bajo el aliento del otro y el tiempo… el tiempo va
descorriendo cumpleaños bajo el cosquilleo de las velas.
Se
solapan palabras, se construyen sueños, se recuerdan caídas.
Se
dice todo sin tener que decir nada, se busca al otro en medio de la lluvia, se
secan lágrimas con el pañuelo de una caricia.
Se
es uno donde antes se eran dos, se cierran los ojos cuando el frío cala hasta
los huesos y en la piel se van guardando esos secretos de alcoba que se quedan
a dormitar sobre los pliegues de las sabanas.
Y
es que en esa cabeza apoyada sobre ese hombro va caminando toda una vida…
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