Una vez que la Festividad
del Corpus es un mero tachón sobre el calendario de mi escritorio, las
dudas sobre si soy o no soy un buen cristiano deambulan de nuevo por mi mente.
Y
es que en el metraje de la película de mi vida, en estos momentos mis pies
están detenidos entre claroscuros y ciénagas que me andan presionando el alma,
y con cada amanecida dudo si seguir creyendo en ese Dios que me tiene prometido
su Reino... o en ese Dios que patina su Pasión entre maderas e inciensos.
Supongo
que a esto que me está pasando se refieren algunos como “crisis de fe”, pero es el reverso de llevar latidos y piel de ser
humano, sobre todo cuando hay facturas que pagar, sueños que tardan en llegar,
despedidas que vienen con demasiadas urgencias,…
Una vez me enseñaron que la grandeza de las cosas reside en la sencillez de las
mismas,… y mi Dios se hace grande en la sencillez de sus cosas.
Por
eso, no me siento con fuerzas de volverle la cara a mi Creador; le sigo rezando
entre dientes antes de llamar al sueño, me persigno cuando paso por delante de
un azulejo con su rostro, y cuando voy a misa comulgo, aunque lo hago como la
mayoría de mis hermanos, sin antes pasarme por un confesionario a enumerar mis
pecados.
Quizás
Él no tiene la culpa de que yo sea incapaz de encontrar un trabajo o de que llevo
meses con la tristeza en los bolsillos, pero a veces estaría bien que desde allá
arriba me mandara un guiño -sólo uno-, porque no soy ni la mitad de lo que
puede ser.
Quizás
lo que me ocurre es que el Dios al que tengo que rezarle no se encuentra en
estos momentos dentro del mundo capirotero y casposo en el que a veces me muevo
guardando silencios, intentando hacerme un hueco a pesar de las zancadillas que
cada dos por tres me regalan los que dicen estar a mi lado.
O
quizás es que como hombre de barro que soy, mis carnes no den para más, y
ajusto cuentas con un Dios al que visito cada lunes envuelto en peticiones,…
pocas veces en agradecimientos.
Recuerden,
la grandeza de las cosas reside en la sencillez de las mismas…
Pero
hay cosa sencillas que algunos se empeñan en complicarlas, y desde hace un
tiempo, su Palabra no me retumba, su
Mensaje no me llega, y su Perdón no me desmonta.
Y
yo me pregunto: ¿y si la culpa no es sólo mía?
¿Y
si el dueño de la Palabra no es
capaz de hablarme de manera clara?
¿Y
si el Mensaje se sigue guardando
entre arcones y pestillos oxidados y no le está dando el aire de estos nuevos
tiempos?
¿Y
si el que me tiene que llevar de la mano no me tiende su mano porque no sabe a dónde
tiene que guiarme?
Maestro, déjame que te siga como hasta ahora lo he hecho, hincando mi rodilla en tierra a pesar de las dudas, las traiciones y las negaciones, pero recuerda una cosa, allá donde
unos cuantos se reúnen en tu nombre, Tú grandeza se hace presente…
Quizás sea el momento de que se lo hagas entender a aquellos que no te quieren de la forma tan sencilla como te quiero yo.
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