Rebuscando entre mis recuerdos de junio, hubo una vez una tarde en la que Peter Pan y Campanilla salieron del País
de Nunca Jamás para llenar con su magia un trocito de mi vida.
Bueno,
no solo de mi vida, estoy seguro que de la vida de más de cien personas que
confiaron ciegamente en la locura de un grupo de monitores que pelearon contra
viento y marea para hacer las cosas con el corazón: ni la lluvia pudo aquel día
con nosotros.
Fueron
meses de trabajo -de mucho trabajo-, pero se consiguió montar el mejor Musical que se ha visto en
esta ciudad jamás; el que crea que soy pretencioso, que me pida el DVD que grabamos
y que aprenda a hacer las cosas.
Recuerdo
como si fuera ayer aquellos disfraces esperando en las aulas de infantil a que
sus protagonistas le dieran vida.
Recuerdo
las caras envueltas en nervios de esos mismos protagonistas -más de noventa
niños- cada vez que se les llamaba para que pasaran por maquillaje, por
peluquería,… y se la daban las últimas indicaciones.
Y
recuerdo aquellas lágrimas que todos en el salón de actos tuvimos que secarnos cuando
quedaban menos de cinco minutos para abrir telón y un cosquilleo de ilusiones
recorrían nuestras piernas, nuestra voz, nuestras manos,…
Así
que -siete años después-, dejadme que desde aquí os vuelva a dar las gracias a
todos los que hicisteis realidad ese Musical de ensueño: desde las madres
costureras hasta el grupo de tramoyistas; desde el encargado del sonido hasta
el pintor de los telones; desde el que nos prestó la voz en Canal Sur hasta el
que quiso participar aunque le daba vergüenza actuar; y al fotógrafo, al de la
puerta, al de la barra;…
Aquella
tarde, vimos el mundo desde la habitación de Wendy… y Peter Pan se
quedó en nosotros por Siempre Jamás.
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