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Mi amigo Iván


La otra tarde mi amigo Iván me comentó que últimamente cada vez que se pasaba por este rincón de letras y silencios el susurro de mis palabras le llegaban a sus oídos de manera algo tristona.

Agradecido por su sinceridad y esquivando en un primer momento sus enumeradas razones, tuve que asumir finalmente que yo nunca he sido la alegría de la huerta.

Y pensando en lo que me dijo, me he dado cuenta de que en cada artículo que ando firmando voy dejando una parte escrita de mi alma. 

De esta forma, podría aprovechar este altavoz semanal para ajustar cuentas con los políticos que me gobiernan, con la crisis que me avergüenza, con la Pantoja,… pero seamos serios y dejemos esta labor social a esos contertulios profesionales que de todo saben y de todo entienden.

Por eso yo hablo de lo que de verdad me preocupa, de lo que conforma mí día a día, de lo que no me deja dormir por las noches.

Así, a mí me preocupa no encontrar el trabajo que me permita salir del boquete en el que vivo, reunir el dinero suficiente para pagar el seguro del coche, darle la vida que se merece el aire que llena mis pulmones.    

Así, me preocupa ver cómo me estoy haciendo mayor, qué tengo en la nevera para cenar y de dónde saco las fuerzas -y el dinero-, para presentarme a mi dichoso examen del B2, necesario en estos momentos hasta para comprar el pan.

Y me preocupan los míos, mis amigos, mis enemigos; los que están cerca, los que están lejos, los que me perdieron; los que me quedan, los que me odian, los que me pisotean;…

Amigo Iván, llevas toda la razón, pero no se te olvide nunca que yo soy un simple junta-letras de carne y hueso, incapaz de disimular, ante un folio en blanco.


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