Pasan los días y las dos palabras que abren este
artículo se están quedando atrofiadas en el olvido de la memoria.
Significan
literalmente… “por mi culpa”, y se
aplica -o se aplicaba- cuando una persona asume un error, reconociendo
públicamente que se ha errado, que se ha cometido un desliz, que se ha estado
desacertado.
Desde
nuestra barrera de ciudadanos, pedimos ejemplaridad a los políticos, a los
deportistas, a las artistas de la copla,… y nos indignamos si algunos de estos
personajes no se inmolan ante nuestros televisores ante una mala gestión, una
falta mal lanzada, o una pasión mal encauzada.
Pero,…
y la gente normal, las personas que ajustamos el dinero desde el día veinte de
cada mes, personas como usted y como yo que no estamos sometidas al foco de la
trasparencia ni ostentamos cargos públicos, ¿no cometemos errores?
Y
de cometerlos… ¿lo asumimos como tal?
Créanme
que no es tan difícil levantar la mano, reconocer un traspié y ampararse en la
humildad para seguir creciendo; probablemente ese tropezón nos vendrá muy bien
para seguir caminando.
Un
ejemplo de esto que les cuento lo tenemos entre el gremio al cual pertenezco:
los profesores.
Si
disfrutamos de puentes y vacaciones, la culpa es de la administración, que vela
por nuestra salud y estrés.
Si
no somos capaces de adaptarnos a la realidad de nuestras aulas, la culpa es de
la sociedad y sus malditos avances.
Y
si los resultados académicos de su hijo son bajos, tranquilos, que
probablemente la culpa la tendrá usted como padre o como madre -si están
separados…ahí tiene la raíz del problema-; o la tendrán los abuelos, los
hermanos mayores, Cristiano Ronaldo; o los celos, la pubertad, el internet, los
primeros amores,…
Menos
el docente, todo lo que nos rodea puede ser culpable.
Ainssss,
entonemos de vez en cuando el mea culpa…y dejemos la perfección para otra vida.
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