…
mi vida cambio por completo. Mi piel y mis latidos apenas llevaban once años de
idilio en esta tierra cuando vi tu carita por vez primera en un nido de
hospital.
Llegué
hasta ti con los nervios en la boca y la inocencia del silencio en la mirada, intuyendo
que desde ese instante serías algo más que la niña de mis ojos.
Estabas
dormida, soñando con tardes de albero y con capas con olor a incienso de Martes Santo, y al rozar tus
mofletes rosados, nos dijimos de todo sin apenas decir palabra.
La
primera vez que te tuve entre mis brazos desenvolví uno de esos regalos que la
vida de vez en cuando nos ofrece, justo cuando el corazón late con más tristeza
si cabe; y desde aquel primer biberón que te di -con miedo a que te atoraras-, mis
noches se visten de festejos, entre izquierdos que rompen los pasillos de
nuestra fe y el tono de una simple copla que hace que al escucharte se dibuje
la sonrisa más sincera del día.
Te
he visto crecer desde la atalaya del orgullo, desde el aplauso eterno a tu constancia,
desde el saber que al menos he hecho algo bien en la vida.
Quisiera
detener el tiempo y llevarte de nuevo adosada a mi sombra, cogerte en hombros y
recorrer descalzos la orilla de tu infancia, contarte el cuento del que nunca
llegábamos a saber el final,…pero te me haces mayor en cada bocanada de aire.
Sabes
que soy de naturaleza imperfecta, y si alguna vez tuviste la sensación de que
he sido injusto contigo o con tus circunstancias,… desde aquí te pido perdón;
todo lo que hago es por tu bien, nunca por el mío.
Si
quieren otro día seguimos desde aquí arreglando el mundo, pero hoy permítanme
que me detenga en el mundo de Teresa.
Muchas
Felicidades.
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