El
verano al fin se ha puesto el traje de baño y las chanclas de deitos cuando por
los cielos de Pamplona surca ese cohete -llamado por aquellos lares chupinazo-, con el que nuestros vecinos
del norte dan comienzo a su particular fiesta de los toros.
Dejando
al margen algunos comentarios absurdos que la presentadora nos ha ido regalando
cada mañana -muchacha, si no sabes torea,
pa que te metes-, me quedo con varios detalles de los encierros de este
año.
Supongo
que a la Televisión Pública le habrá sido rentable todo el despliegue llevado a
cabo para enseñarnos los padrastros de los corredores, el adoquinado de la
calle Estafeta y los partes de guerra tras cada encierro, bien desde los
puestos de guardia, bien desde el hospital de turno.
Pero
por muchos planos que me pongan en HD,…hay cosas de esta fiesta que no logro
entender.
Y
no las logro entender porque no me entra en la cabeza qué tiene de emoción
salir a correr enfundado en un pantalón largo -algo incómodo por cierto-; llevar
en la mano un periódico enrollado -algo inútil por cierto-; y protegerse el
cuello con un pañuelo rojo a sabiendas que detrás de ti vienen 6 morlacos que
la única intención que traen entre sus pitones es la de defender su vida.
Los
puristas me invitaran a que viva la fiesta, no a que la entienda, pero… ¿lograré
entender esa necesidad que tenemos de regodearnos en la sangre, en el dolor
ajeno, en el sufrimiento lejano?
¿Lograré
asimilar que emoción supone ver a un toro cornear por los aires a alguien como
si fuera un muñeco de trapo?
¿Lograré
reconocer que ahí reside la idiosincrasia de ese pueblo y que alguien del sur no
puede criticar esa fiesta?
Creo
que con el tiempo lo lograré, pero… ¿harán ellos lo mismo con nuestras fiestas?
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