La otra mañana recibí
una de esas lecciones de vida que no cabrían en los libros de texto de ninguna
editorial por mucho empeño que éstas pusieran.
Sentados sin prisas en
un banco de la Plaza del Arenal, tres jubilados hablaban de sus cosas con la sabiduría
y la libertad que se acumulan entre las arrugas de sus manos, mientras algunas
palomas sobrevolaban las cornisas de la fuente en busca de algo para desayunar.
En un cuarto de hora solucionaron
la crisis, el paro, la cadera del Rey, los palcos de la Carrera Oficial,…
Tras escuchar algunas
de sus respuestas reconozco que sonreí, y me di cuenta de que quizás ellos
podrían ayudarme a entender cómo estaba respirando nuestra ciudad en estos
primeros días del mes de abril.
El primero me indicó que
a Jerez el invierno le sentaba mal, que esta ciudad es más de terracita que de
estufa.
El segundo me dijo que a
los jerezanos nos gusta mucho mirar por las ventanas, y que cuando nos miremos en
el espejo de nuestra grandeza nos daremos cuenta de lo grande que somos.
Pero el tercero fue
quien me dejó pensando un buen rato al afirmar que en estos días nuestra ciudad
ansiaba perderse en la cintura de su musa particular, la Primavera, para poder
seguir respirando.
Y es por eso que ante
tal insigne encuentro -siguió diciéndome- los mandamases de esta ciudad se
empeñan en darle un buen lavaito de cara a nuestras calles y barrios, asfaltando
y repintándolo, podando sus centenarios árboles, limpiando los jaramagos
de la catedral,…
Iluso de mí le indiqué
que yo creía que todo esto se hacía por la llegada de la Semana Santa, de la Feria
del Caballo, del próximo Mundial de motos,… a lo que él me respondió:
-No hijo no, todo esto se
hace por la llegada de la primavera.
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