Cada
cierto tiempo el ser humano cae en las redes del modismo y del miedo, quizás
para no verse señalado, quizás para no verse excluido de esta sociedad carente
de personalidad, volviendo a demostrar su borreguismo hace un par de días con
la fiesta de Halloween.
Una fiesta que se cuela
en el calendario con el mismo patrón que lo hace la del Día del Padre, la del Día
de la Madre, la del Día de los Enamorados,… y con los hipermercados y los kanitos de turno como verdaderos
valedores de la misma, por el bien de sus arcas y en detrimento de nuestras
carteras.
Como buena fiesta
comercial, ésta presenta dos bandos: a la diestra tenemos a sus defensores y a la
siniestra tenemos a sus detractores.
Y es este último bando
y las ganas de hacerse oír, con argumentos banales y partidistas, lo que me
irrita de esta fiesta, sobre todo los que tienen alguna vinculación con el
mundo de la Iglesia.
Una Iglesia que, mire usted
por donde, creo que tiene reservado en el calendario algunos días para su uso y
disfrute, y que apenas hace negocio con el tema de la muerte llegado el Día de
Todos los Santos, ¿verdad?
La respuesta de alguno
católico ofendido es previsible, pues me dirá que no vaya a comparar el mofarse
de la muerte con el hecho de dar cristiana sepultura a nuestros familiares.
Pero yo no comparo, simplemente
pido coherencia a esta Iglesia, y a sus católicos de boquilla, para que dejen de
mirar la paja en el ojo ajeno y comiencen a preocuparse de los cimientos de su
podrida viga, comenzando con el detalle de prohibir en algunos colegios
concertados religiosos esta celebración, o al menos que cuando disfracen a sus
niños y niñas, tengan el detalle de descolgar el crucificado de la pared.
Estoy seguro que
Jesucristo se lo agradecerá.
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