Por mucho que pasen los años, y por muchas cicatrices que ambos llevemos en la piel, a los dos nos basta un simple gemido para desnudarnos el alma.
Yo transito por tus sombras, y tu sombreas mis palabras.
Yo canturreo tus estribillos, y tu me coloreas con tu nombre cada centímetro de mi espalda.
Eres mi refugio de piedra, mi cantón de silencios, mis paseos de primavera;
mis ruegos y preguntas, mis guiones sin acotaciones, la respuesta a mis lágrimas;
una ciudad troceada en sus calles por el corazón de trovadores sin voz, la excusa que Dios tiene por febrero para hacerse de nuevo mortal, la melodía con la que el viento enamora a sus torres y a sus miserías.
En esta vida he perdido más amores que llaves, pero si te perdiera a ti, crisol de miradas que en un pasacalles se santiguan con coloretes de sal, dudo mucho que pudiera volver a levantar los ojos.
Porque eres el sueño de los platillazos de noviembre, el aplauso de los nervios que tras una cortina roja despereza al tiempo, la ciudad que abre de par en par sus costillas para que de su barro nazca el amor infinito por los versos.
No se cual es tu embrujo Cádiz, pero tu varita mágica dormita en la orillita de La Caleta.
No se cual es tu secreto Cádiz, pero en los reflejos de tu Greñuo yo quisiera quedarme a respirar.
No se cual es tu misterio, ni tu enigma, ni lo que le ocultas a la luna, pero una copla de carnaval me hizo beduino confeso, y te amo en la salud y por los alrededores del Falla, en la distancia y en el final de un popurrí, en tu salitre y en esa puesta de sol que, cuando la veo, me haces estremecer el poco sentido común que me queda al verte.
Si creyera en la reencarnación, le pediría al destino ser piedra ostionera para beber el rumor de tus olas.
Pero por ahora, déjame que hilvane a mi memoria un nuevo poema escrito con la pluma de tus vientos y tus carcajadas heridas por dentro.
Y es que Cádiz, sigues siendo tu la dueña de mis latidos clandestinos.
Que nadie descubra mi escondite.
Que nadie descubra mi suerte.
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