Y regresó Jesús al Teatro Falla una noche de enero, y un vendaval de ocho años arrasó todas las butacas y cada uno de los palcos del Coliseo Gaditano.
Por primera vez en mi vida, vi a una rata bonita, necesaria, bienvenida.
Y que nos dure, al menos, tres pases más.
Jesús volvió al escenario que lo vio crecer, rodeado de voces amigas para gritarle a Cádiz que se despierte de una puñetera vez, y dio un golpe en la mesa que retumbó toda la madrugada.
Él, como hijo de la sal y del compás del 3x4, ve cómo su pueblo adormece sus penas pescando en la orillita de la desidia, y le duele, le hiere, le provoca miedo.
Qué diferencia más grande existe entre el gaditano que nace donde le da la gana y el que tiene la suerte de nacer cerquita del Arco de San Rafael.
Qué músico tiene Cádiz en sus entrañas…
Por que cuando uno escucha, ve y asiste a cualquier espectáculo de Jesús, uno siente envidia de cómo se hace eso. Y lo que nos queda es disfrutarlo.
Balsero de noches estrelladas.
Santo que ya no tiene calle por la que ronear.
Irracional que lleva a Cádiz en un trocito del mapa de su piel.
Gracias Jesús por volver a ponerte dos coloretes, a sabiendas de que jamás te los quitaste.
P.D.: Otro día nos sentamos a hablar del grupo y de la puesta en escena.
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