Mi sombra apenas acaba de comenzar a caminar por la vida, y mi vida no se entendería sin esa pequeña luz que alumbra mis caminos.
Tenerla cerca, disfrutarla, aprender de ella es un guiño que Dios ha puesto en mi día a día para que mi alma tenga un refugio donde respirar.
Mi sombra va pisando con huellas firmes este sendero de lunas y noches, de veranos e inviernos, de risas y llantos, con un puñado de amigos a su lado y unos ojos que se clavan al silencio cuando lo suelta todo por la boca.
Esta sombra es inquieta y vergonzosa.
Espabilada y sensible.
Feliz y poderosa… como lo son sus piernas cuando golpea una pelota o lo son sus brazos cuando me abraza y me dice que me quiere.
Mi sombra es la razón más poderosa que tengo para no abandonar la toalla a pesar de las heridas en la espalda y a la única persona que, cuando me iguale en altura, daré las explicaciones que necesite para saber de dónde viene y por qué hice lo que en su momento hice por mí y por ella.
Mi sombra es mi paraíso de cielo en la tierra, mi olor a tierra mojada, mi suspiro de miel.
Mi sombra es esa parte de mí que aún no conozco y que poco a poco ando descubriendo.
Mi sombra es esa locura que se disfraza de inocencia y que hace que al menos pueda pensar que en esta vida algo he hecho bien.
Hoy, con estas palabras, te presento a mi sombra.
Y permíteme que te pida un favor: si algún día falto, cuídame a ese trocito de piel al que quise, quiero y querré con toditos mis cinco sentidos.
Mi sombra… esa que persigue mis sueños y que se llama Jesús.
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