Él tiene el don de dejar que las palabras no suenen. Y lo hace de manera natural. Sencilla. Simple.
Uno quisiera contarle lo que le aprisiona al corazón, y al final, los latidos se liberan muy despacio, como gotas de una lluvia que ha dejado su impronta en los tejados de las casas al mayear la primavera.
Ante Él, los ojos deambulan por su cuerpo. Las manos se vuelven inquietas. Los pensamientos corretean de dentro hacia afuera, como si fueran presos acercándose a la alambrada para verlo.
Pero por más que lo veas, siempre descubres algo nuevo. Distinto. Diferente.
Es Dios hecho madera. Sudor. Leyenda.
Es rezo acompasado por abrazos.
Es una promesa envuelta en unos labios lejanos que, al decirle adiós, le piden una oportunidad más para volver a verlo.
Y es que, cuando uno lo ve, los relojes del tiempo se apalancan. El aire se calla. Las sombras se alejan… Y tú te marchas de su casa con una sensación de felicidad en el pecho, que no sabes muy bien si estas soñando o aún te quedan minutos para despertar.
Sólo Él provoca lo que provoca, desde una calle, una estampa, o un mensaje de wasap.
Sólo Él hace lo que los hombres deshacen sin tener que hacer nada.
Sólo Él me devuelve la fe en el Hijo de Dios…
Nota:
artículo dedicado en la Revista La Morada, número de junio de 2023
Maravilloso y certero…
ResponderEliminar