Tras meses de silencio, una noche se pusieron en contacto. Quedaron a las cinco de la tarde del viernes próximo en la esquina de siempre. Pero esta vez, llevarían una maleta cada uno y pasarían el fin de semana en camas separadas.
El viaje de ida lo hicieron hablando de cosas triviales. Que si la comida. La última canción. La lluvia. Al llegar al destino, dejaron los móviles en la mesita de noche. En modo avión. Y se pusieron cómodos, tras acordar que cenarían temprano.
Tras tomar el postre, se miraron a los ojos a sabiendas de que el primer asalto había llegado. Pero no hablaron hasta pasados varios minutos. Ninguno se atrevía a romper el hielo. Los dos tenían mucho que decirse. Pero a veces el dolor se atraganta en los labios y no te deja respirar.
De allí saldrían o de la mano o separados para siempre. De ahí que ambos supieran que era su última oportunidad. Su último cartucho. Su último por qué.
Y de repente, las palabras, las excusas, las razones justificables o no, se fueron sucediendo, mientras los arrebatos, la rabia y la desconfianza iban levantando la mano.
Que si te equivocaste en eso. Que si no tenías que haberme dicho aquello. Que si no me valoraste.
Que si me prometiste la eternidad. Que si yo sólo te pedí que no te olvidaras de mí. Que si me faltaste el respeto.
Que si tú. Que si yo. Que si aquel. Que si aquella. Que si sí. Que si no…
Hasta la luna asistía a ese despelleje de la memoria a esa hora en la que madrugada andaba posponiendo la alarma para verse amanecer.
Tras cada recuerdo, un hachazo.
Tras cada momento evocado, un golpe de realidad.
Tras cada domingo de soledad, un espejo roto.
Pero a diferencia de otras veces en las que ambos vomitaron sueños, ninguno se dejó arrastrar por la desilusión.
Y cómo ambos hicieron entender al otro, su momento era este. Y sus gestos, sus palabras, sus acciones no tenían nada que ver con lo que ambos habían vivido.
Y del dedo acusador, pasaron a soñar con Roma.
Y el aire dejó de estar viciado cuando ambos asumieron que esta batalla sólo la ganaban si estaban en el mismo bando.
Y al regresar a casa se dieron cuenta de todo lo que habían pasado. De lo que estaban viviendo. De lo que les quedaba por vivir.
A veces el amor no lo puede todo, pero para que todo lo pueda, éste necesita liberarse, respirar a fuego lento y dejar de vivir encerrado.
Nota: relato publicado en la Revista La Morada, número de junio de 2023
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