Ella cuelga sus sueños del cabecero de mi cama.
Al llegar la noche, se queda mirándome cómo concilio mis desvelos, y hasta que mi entrecejo no se relaja, ella no se voltea y se echa a dormir.
Al llegar el día, ve cómo me alejo de su cintura mientras hago la cama, a sabiendas de que siempre estamos el uno para el otro; ella en una esquina silenciada por la humedad… yo en un pasillo donde los recuerdos son óleos cocinados a fuego lento.
Puedo decir, sin temor a equivocarme, que ella conoce mis pensamientos más oscuros, más limpios, más sinceros…
Nunca me ha pedido nada…
Y a lo sumo, cuelga de mi cuello un par de días al año, solapando en el tiempo una fe que ella acuna cuando nadie me ve.
Su cordón -envejecido y desgastado por el aire de la cuaresma-, se va desenhebrando al compás de mis años; y el repujado de su plata ya sólo brilla cuando la noche se salpica de estrellas, y la estación de penitencia es un suspiro de media noche.
Ella no lo sabe, pero he conjugado más oraciones apretando su figura con mis torpes manos de escribano que ante un altar de quinario.
Porque siempre que las fuerzas flaquean, ella me recuerda las ciénagas de mi alma.
Porque cuando cuelga sobre mi pecho, la palabra cristiano rezuma Verdad por mis cuatro costados.
Y porque ella, sin tener la más mínima idea, es la brújula a donde mi norte me lleva cada vez que la Semana Santa entreabre sus cielos al cobijo de la Esperanza…
De no haberla conocido… mi vida sería un callejón sin sombras…
Mi vieja medalla… un reflejo callado de mis rezos…
Mi vieja medalla… un pequeño faro en el mar embravecido de mis letanías…
Mi vieja medalla… el agarre de mis palabras cuando la primavera abre de par en par el despertar de Dios…
SUSURROS DE CUARESMA 2023
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