Por un pasillo del olvido acaba de irse la Semana Santa de este año 2021, y nada de lo vivido ha sido igual tras cuarenta primaveras.
Y con eso me quedo. Con lo que he sentido. Con lo que he visto. Con lo que he podido contar a través de mi voz y de mis ojos.
Porque Dios ha estado ahí. Cerquita de mí. Expuesto de la mejor forma posible en cada rincón, en cada altar, en cada cola de personas que esperaban a verlo para desnudarse la mirada.
Y porque su Madre nos ha esperanzado en estos días grandes y nos ha secado las lagrimas de las cuencas de la espera con el pañuelo de su templanza, su amor y su paciencia.
Y no busquen más allá porque eso es lo único importante.
A la ciudad le ha faltado nazarenos, bullas, inciensos… pero se ha impregnado de Él. Se ha vuelto a enamorar de Ella. Y lo ha hecho cuando más falta le hacía y cuando nos hacía más falta.
No se queden con lo banal de lo sucedido, y mírense el socavón que Dios nos ha caligrafiado en un zaguán del alma y nos ha vuelto a dejar claro que el destino de nuestros rezos nos los nortea Él con un simple suspiro de amor.
Ojalá esta pesadilla acabe pronto y bien, y nuestra normalidad cofradiera vuelva al reino de nuestro día a día. Y un ensayo o un besamanos sea una algarabía de abrazos. Y una papeleta de sitio sea el tesoro más grande que un trozo de papel pueda albergar. Y que un cansancio de riñones sea la mejor medicina a nuestros males…
Pero no nos desesperemos. No queramos correr. No nos dejemos llevar por el impulso humano de la confianza.
Porque el cofrade sabe esperar en una esquina del tiempo a que otra cofradía haga su entrada en Carrera Oficial.
Porque el cofrade nace y se hace a base de goterones de cera y dobladillos sacados a los años arrugados de la vida.
Porque el cofrade es la sombra donde se refleja la Luz del mundo cuando los horizontes entreabren los latidos de su corazón.
Este año ha venido así. Y ahí debemos de dejarlo estar.
Sin que ocupe mucho espacio.
Sin que llame mucho la atención.
Sin que sea lo único que nos quede por vivir… porque no será ese el último recuerdo que nos llevemos a ese Balcón de la Gloria allende del Cielo, y la túnica de nuestra fe sea nuestra mortaja eterna bajo la tierra.
Que la espera se persigne
y que el verso se detenga.
Que la saeta se calme
sobre balcones de cera.
Que se ilusionen las bullas
que los rezos se retengan
y que el azahar empape
rincones y callejuelas
que pronto será el mismo Dios
quién saldará las promesas
y dejará una mirada
sombreando las aceras
poniendo punto y final
a esta maldita pandemia.
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