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Envenenado...


     
            Todos los días del año consumo Carnaval. Ya sea para evadirme de mis problemas, para ir a comprar el pan o para que mi hijo se quede dormido. 
Me gusta. No lo puedo remediar. Llámenme por ello friki o enfermo, pero es tanto lo que me da…
Literariamente, es una fuente inagotable de talento.
Musicalmente, es la banda sonora de mis penas.
Creativamente, hay puestas en escenas que ya quisiera Hollywood.
Ya lo dijo el poeta: el Carnaval es un Arte Mayor para una chusma selecta; yo añadiría que el Carnaval es la forma que tiene Cádiz de remendarse sus heridas, de sacudirse la arena de los zapatos, de escuchar a esa gente que sabe lo que es poner un puchero entre humedades y calichas.
El Carnaval es la pluma de Tino, la garra enamorada de Remolino, el empaque del Subiela, …; es el regreso del Sheriff, el soniquete de los Molina, la ironía del Bizcocho,…; son los versos susurrados del Chapa, los acordes de los Carapapas, lo que la mirada de Vera Luque dibuja a través de sus gafas, …; es el coro un año más de Pastrana, es el cuarteto del Gago o el del Aguilera, es el paraíso de los carnavaleros enfoscado por ladrillitos colorados…
De la voz del Carli, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, mejor escribimos otro día.
El Carnaval es un te quiero que sale de las gargantas, llega hasta las azoteas y se queda a dormitar entre las barquitas de la mar para que el sol -antes de guiñar su despedida- gire su sonrisa y sepa donde encallar su cintura.
Gracie Dios Momo por envenenarme la piel con esta locura que sabe a 3x4, por guiar mis pasos hacia la Tacita de Plata cada vez que necesito respirar, y por recordarme, una comparsa más, que la vida es un estribillo…
Carnaval de Cádiz, bendita condena envenenada…



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