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De cenizas soy...


Mi piel, mi sangre, mis alientos..

Mi voz, mis gemidos, mis tormentos..

Mis noches, mis miedos, mis lamentos..

Todo lo que me envuelve, lo que me aprisiona, lo que jala de mi vida cuando mi vida apenas puede rastrear huellas está compuesto de cenizas.

De esas cenizas grises de las que yo provengo; de esas cenizas negras a las que algún día volveré; de esas cenizas verdes que marcan y remarcan el diapasón de mis latidos.

Y una vez al año, un miércoles al año, un instante efímero al año, esas cenizas se hacen presente sobre mi frente para que mi conciencia se despierte del sueño mortal de respirar.

De ceniza soy…

Y a ellas volveré cuando mis ojos se agoten. Cuando mis palabras sean un eco de recuerdos. Cuando todo esté acabado bajo el eco del sol y comience a sonreír en torno al brillo de un cielo aún por dibujar.

Y entonces, silabearé el credo del Dios del que me alimento tras cada amanecer. Y tal como vine, nada me llevaré de este miserable mundo. Y en un par de abrazos, todo se consumirá conmigo en un fuego callado, salpicado de algunas lágrimas y deshojado por centenares de olvidos.

De ceniza soy… 

Y a ellas volveré… como una gota de agua que regresa a un océano de mar…

Como una mirada templada en mitad del ruido…

Como un silencio desnudo tras el cerrojo de la incertidumbre…

Y de mí solo quedará una sombra tallada en el tiempo de lo que fui. Un rastro de lo que una tarde quise ser. Un poema inacabado y recordado en los labios de los que se cruzaron en mis senderos de guerra y paz.

De cenizas soy... 

Y por eso cometo errores. Por eso tropiezo con la misma piedra. Por eso zancadilleo al que considero mi hermano.

Pero tengo un refugio en mitad del camino, tiznado por cuarenta lunas, que huele a incienso, canela y fe… y que al apagarla, hace que mi alma aligere su condena. 

De cenizas soy…

Y en ellas -cuando Él quiera- me convertiré.





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