Hace unos días, despedí de manera oficial a un grupo
de alumnos de 4º de la ESO que eternamente se quedarán a vivir en mí.
Mientras
ellos se graduaban y daban por cerrada una etapa de sus vidas, yo los miraba
con orgullo entre lágrimas, e imaginaba cómo será el mañana sin tenerlos
cerquita.
Los
he visto crecer. Los he acompañado de la mano por este sendero. He reído y he
llorado con sus cosas, con sus abrazos, con sus locuras…
En
ellos encontré una nueva oportunidad de sentirme útil cuando Dios me pidió que hablara de nuevo en
su nombre.
Ellos
son vida, alegría, llanto… todo lo que tienen que ser a esas edades en las que
las miradas comienzan a endurecerse y los caminos comienzan a separarse; no
perder nunca los lazos que os han unido durante trece años de cobijo en torno a Nuestra Señora del Rosario.
Ellos
son -en definitiva-, especiales porque desprenden luz sin saberlo y ayudan a
que los demás brillemos de manera especial.
Perdonarme mis años alejados de vosotros. A veces los
“mayores” nos creemos que estamos por encima del bien y del mal, somos egoístas
por naturaleza pasiva y nos acomodamos en el silencio sin darnos cuenta de que
el olvido no espera a nadie.
Sabéis
que ocupáis una porción inmensa de mi maltrecho y cansado corazón. Que seréis
los mejores cuidadores de mi pequeño Jesús. Que soy de vosotros porque vosotros
queréis que yo sea de ustedes.
Nos
queda pendiente el Camino de Santiago,
y mil atardeceres por deshojar entre risas y pipas. Tranquilos. Ese proyecto es
nuestro, y lo haremos juntos, pero no revueltos.
No
olvidaros nunca de este maestro escuela que os quiere. Venid a verme cuando lo
necesites. Jalad de mi cuando yo lo necesite.
Y
vivid con la certeza de que por siempre seréis mis niños.
Os quiero.
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