Decía Nelson
Mandela que la educación es el arma más poderosa que tenemos para cambiar
el mundo, y yo he tenido la suerte de conocer a una persona que con esa arma,
lo ha cambiado maravillosamente.
Y
lo ha hecho durante sus cuarenta y cinco años ejerciendo de maestra en el
colegio Nuestra Señora del Rosario-FESD.
Se
trata de la señorita Angelines.
Hace
unos días se nos jubiló, y ya su recuerdo está impregnado en cada rincón de un
colegio pequeñito, pero con latidos enormemente grandes.
Como
grandes eran, son y por siempre serán los latidos de Angelines, esa profesora de Infantil que tenía cosida a su bata de
maestra toda la paciencia, la confianza y el sentido común de las personas sabias.
Angelines siempre tenía una sonrisa, una palabra de agradecimiento,
un entusiasmo por estar, por ser, por dignificar el oficio de enseñar.
Angelines jamás desistió en su lucha por educar, por dejar un
mañana mejor, por enseñarle el mundo a centenares de alumnos que -gracias a
ella-, aprendieron a anudar sus babis y a escribir sus nombres con un lápiz de
los gorditos.
Ella
no lo sabe, pero fue uno de mis referentes.
Me
gustaba verte al principio de la fila, con esa tranquilidad en tus venas a la
hora de llevar a unos alumnos que te amaban, porque de tus labios sólo salían
palabras de amor.
Me
gustaba hablar contigo bajito, sin levantar la voz, y ponernos al día en un par
de minutos.
Me
gustaba saber que mi niña había aprendido junto a ti.
Que
sepas que te estoy echando mucho de menos.
Quizás
la dirección del centro debiera plantearse el poner tu nombre a una de sus
aulas tal y como se hace con los estudios de radio…
Quizás
sería un sencillo homenaje para alguien tan sencilla como tú.
Sé feliz compañera. Te lo has ganado.
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