La poesía nació cuando alguien clavó su mirada de
ruego en tus ojos almibarados de eterna angustia.
En
ese primer tiroteo de pupilas, la rima se hizo presente, el romance se ajustó
los versos y el ritmo se puso colorao, como esos cirios que humean
madrugadas cuando un valle de tientos se ve sacramentado por gitanos y arrugas.
Desde
entonces, las palabras tienen un compás distinto cuando se juntan, se
arremolinan, se acompasan en torno a la sombra que tu nombre describe.
Desde
entonces, cuando uno intenta describir tu nombre en la hoguera de unos cuantos
folios, las palabras se estremecen al juntarse.
Desde
entonces, uno sabe que existe un refugio en la tierra donde el alma se siente
protegida.
Y
la culpa de toda esta algarabía de trazos, de borrones, tachones y miedos
sosegados la tiene tu mirada.
Esa
mirada caída, arremetía, precipitada..
Esa mirada azul tiniebla, azul frío, azul pavo..
Esa
mirada perseguida por el alba, soñada por los trovadores, alabada por los que
llevan en su sangre la gallardía de quererte con el corazón abierto de par en
par.
Cuando
uno intenta mirarte, sabe de antemano que saldrá escaldado de ese encuentro, y sin
saber cómo, uno nota que sobre el cuello ondea una bandera blanca que huele a
rendición.
Porque
cuando Tú miras, traspasas la mirada.
Cuando
Tú nos ves, nos despedazas en silencio.
Cuando
Tú bajas las parpados, levantas una vereda de sueños.
De
ahí que todo aquel que te haya mirado alguna vez en su vida, tenga necesidad de
Ti; y el que no lo haya hecho aún, no sabe lo que tu mirada reconforta cuando
un gentío
de huellas nos ahoga los latidos.
Se
de lo que hablo porque yo viví algo parecido en mis carnes, cuando el rosario
de mis días había perdido alguna que otra cuenta, y de tarde en tarde
desembarco sin que nadie lo sepa en tu zaguán morado de canela y te susurro
aquello de…
Tengo
miedo de perderme
en
la niña de tus ojos
y
que dejes de quererme…
Desde
entonces, sin tu mirada sé que no puedo vivir.
Y
vivir no puedo si me falta el brillo que tu mirada desprende.
Y
aunque no puedo mirarte ni siquiera al precipicio de tu frente.
Déjame
que de soslayo huya sonriéndole a mi suerte.
Foto: Carlos Iglesias
Foto: Carlos Iglesias
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