Triana tiene en un rincón de su alma una fuente con
cinco lágrimas que abren sus brazos de par en par para escribir -el último
domingo de agosto-, la palabra Salud
en los labios de un besamanos.
Salud para el enfermo.
Salud para que no enfermemos.
Salud para que la enfermedad sea un recuerdo y que el
tiempo la sepulte en el olvido.
Ella,
la fuente de esa Salud que dormita
entre izquierdos, toma nota todos los días del año de los males que nos
afectan, nos preocupan, nos hace mirar a la vida con desgana y una tarde de
verano le echa la llave a su altar y nos toma del brazo para dar un paseo por
la barandilla de su nombre mientras depositamos un "no te olvides de mí" en
sus oídos.
Todos
necesitamos salud para vivir, y para vivir la necesitamos a Ella, a ese reverso vital que dibuja
sombras sobre nuestros latidos, a ese contagio de vida que nos hace ver el vaso
medio lleno de los días y bebérnoslo con los ojos abiertos, a esa orilla de sal
que nos hace esperanzarnos con un horizonte de buenas noticias.
Nadie
puede vivir sin Ella, sin esa
enfermera que reparte pañuelos con su gracia para que los enfermos se aferren a
ellos y puedan limpiar con paciencia sus heridas de guerra.
Nadie
puede respirar sin Ella, sin ese
aliento ahogado que ansiamos sentir por el interior de nuestros pulmones cuando
nos cuesta respirar.
Nadie
puede olvidarse de Ella, porque Ella es inolvidable, como un tatuaje
tiznado sobre la piel de nuestros alientos.
Salud, cinco letras que hacen que los cinco sentidos
hinquen sus rodillas en tierra, porque podremos vivir sin ver un revirá,
sin oír una marcha de palio, sin oler una voluta de incienso; podremos evitar
sentir el calor de una gota de cera o echar de menos el sabor de una torrija
amasada por la abuela que nos queda, pero nadie puede vivir sin Salud.
Ni
la física ni la espiritual.
Ni
el dinero puede comprarla. Ni las amistades pueden regalarla. Ni los enemigos
pueden despreciarla.
Salud… ese presente que el cielo nos hace cada vez que la
nombramos…
Artículo publicado en la web ArteSacro
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