Gracias a este tiempo juguetón e indeciso del mes de
octubre, llevo una semana aquejado de una laringitis y de un reposo forzoso que
me ha servido para algo más que guardar silencio.
Atendiendo
a los consejos de mi médico, he dejado que mi voz descansara un par de días y
he aprovechado para escuchar y ver cómo hablan los que están alrededor mía.
De
esta forma, certifico que vivimos en la sociedad del escaparate, del mírame,
pero no me toques, del roneo constante, filtrado y glamuroso.
A
todos nos gusta relatar pormenorizadamente aquello que hacemos, aquello que no
podemos hacer, aquello que nos gustaría estar haciendo.
Miramos
con envidia al que tiene dinero, al que tiene hobbies, al que tiene a alguien
en su casa esperándolo con los brazos abiertos y la cena envuelta en confesiones
y besos, …
Pero
me ha dado pena comprobar cómo muchas personas se dejan arrastrar por los
cuatro o cinco pensadores de turno, buhoneros de Twitter y Facebook, filósofos
a tiempo parcial que se aprovechan del conformismo, de la falta de interés y de
la escasa formación de los demás para aplaudir y apoyar su curiosa forma de
pensar.
Al
guardar silencio durante estos días, he visto cómo la gente se grita, se escuda
en una mal explicada libertad de opinión y enarbola la bandera del yoismo,
la misma que es capaz de traicionar si el pensamiento que tiene enfrente suya
le es más conveniente, más cómodo y más barato de defender.
Dios
me libre de aleccionar a nadie ni mucho menos de decirle a la gente cómo tiene
que actuar y pensar, pero si me gustaría que pensaras una cosa, y es que el
silencio te deja escuchar la opinión más importante: la tuya.
Así
que, apuesta por ella, apuesta por ti. Y recuerda que el silencio es el único
amigo que jamás traiciona.
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