Ahora que los lápices de colores descansan del
ajetreo de tu último año como maestra, préstame unos cuantos que voy a hacerte
un dibujo para que te lo lleves de recuerdo.
Con
el color amarillo dibujaré un sol en una esquina, la de tu clase, ese lugar que
era tu segunda casa y donde siempre te encontraba atareada, liada con tus mil
carpetas, enfundada en tu inmaculado delantal… y donde el tiempo era eterno.
El
azul me servirá para perfilar tu mirada, ese horizonte de confianza que me tendió
la mano y me abrazó cuando los miedos más me acechaban, y el verde lo dejaré
para ilustrar tu sonrisa, esa pequeña ventana que se abría al entusiasmo de
llevar a cabo un trabajo bien hecho sin esperar nada a cambio.
Con
el color marrón retrataré el sabor de los dulces, de los panes y de los
chicharrones que sabían a gloria y a pecado. ¡Qué manos de cocinera te regaló
Santa Claudina!
Con
el color rojo déjame que te pinte un corazón -el tuyo-, sobresaliendo de este
rincón, ocupando toda la pradera de tu cole, hilvanando en sus costuras todo el
cariño que dejaste impregnado en todos esos alumnos a los que educaste,
enseñaste y legaste tu dedicación y tu paciencia.
Si
puedo, te prometo que lo pondré como si estuviera latiendo, para que veas que
tiene vida, como esa que hasta el último momento nos has regalado a los que
hemos tenido la suerte de tenerte cerca y disfrutarte.
La
palabra GRACIAS irá escrita con el color morado, y a su lado voy a esbozar unas
huellas, en negro, inspiradas en tu ejemplo, tu entrega y tu amor por esta
profesión, dejándome claro que has sido, eres y será la estela que debo de
seguir si quiero ser algún día un buen maestro.
Querida
Josefina... Gracias eternas por dejar
quererte.
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