En tus zapatos… y en los míos
es la frase escogida este año por los colegios y escuelas infantiles de Jesús-María para concienciar a toda la
comunidad educativa de que no estamos solos en este camino que llamamos vida.
Es una frase que adorna
nuestras aulas, nuestros pasillos y nuestras agendas, y que nuestro alumnado ha
hecha suya desde el primer día de curso.
Me gusta esta frase.
Y me gusta porque guarda
en su interior una llamada para que nos detengamos en mitad de nuestro camino -seamos
docentes o no-, y observemos mucho más allá de lo que sucede sobre nuestra
propia piel.
Y es que a veces con
las cicatrices y los moratones que llevamos sobre nuestras espaldas tendemos a
volvernos egoístas y a dejar de compartirnos; y aquello que no se comparte,
tiende a perderse.
Entiendo que las
circunstancias que rodean a cada uno nos hace a veces pensar que nuestros problemas
y agobios son únicos, asumo que a ciertas edades tenemos cargas familiares,
profesionales y personales que hacen que nuestra mochila vital cada día pese más,
y acepto que salir de nuestra zona de confort es una misión cuanto menos que
imposible.
No me tengo que ir muy
lejos para constatar esta realidad de la que os hablo hoy, pues yo mismo me
creo a veces que soy el centro del universo, que mis problemas son los que deberían
de solucionarse antes que los de cualquier persona que me rodea, y mi zona de
confort lleva años abarcando todo mi ser.
Me gustaría cambiar mi
forma de pensar y emprestar mis zapatos a aquellos que pierden su tiempo en
preguntarme cómo estoy y reciben de mis labios un silencio incómodo y
preocupante, pero mis huellas siguen siendo de barro.
Pero tengo esperanza y
quiero aprender a compartirme; así que descalcémonos y detengámonos -esta vez-,
en nuestros zapatos.
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